martes, 30 de septiembre de 2008

R.I.P.


Fallecí una noche de finales de septiembre, mientras intentaba conciliar un sueño que finalmente nunca llegó. O sí, pero no la clase de sueño que yo en aquel momento esperaba encontrar.

Recuerdo que me sentía bastante cansada. Había estado leyendo hasta tarde y me escocían los ojos tras los cristales de las gafas. Cuando por fin apagué la luz de la lamparilla, el silencio sólo se veía roto por la fuerza del viento que hacía estremecer las persianas. Recuerdo que tenía los pies helados, y que estaba acurrucada bajo las sábanas cuando sucedió.

No sufrí ni tuve tiempo de pensar en nada, pues todo ocurrió en tan sólo unas décimas de segundo. Únicamente sé que estaba allí y, un instante después, ya no estaba. El ruido que hacían las persianas al entrechocar sus láminas cesó de repente, y el frío que momentos antes había sentido en los pies había desaparecido por completo.

A la mañana siguiente, el despertador sonó con la puntualidad que siempre le había caracterizado, y mi brazo lo apagó tras un movimiento mecánico. Sólo que aquél ya no era mi brazo y mis dedos no fueron los que accionaron el pequeño interruptor para que el estruendo cesara, porque yo había muerto apenas unas horas antes y aquel cuerpo ya no me pertenecía.

Aquella chica que tanto se parecía a mí físicamente se levantó aquel día y muchos otros después y siguió con la vida que una vez yo tuve. La gente le preguntaba que qué le pasaba, pues de golpe y porrazo parecía haberse convertido en otra persona. Todo aquello que siempre la había caracterizado parecía haberse evaporado de la noche a la mañana… Y eso era, literalmente, lo que había ocurrido.

Pronto, mi vida tal y como siempre había sido y que una noche de finales de septiembre se había convertido en la suya, empezó a cambiar paulatinamente. La gente que siempre me había querido y que ahora la quería a ella pareció olvidarse del vínculo que una vez los había unido. Dejó de recibir llamadas, y su rutina se limitó a las acciones indispensables para poder sobrevivir. Porque aquello no podía llamarse vida.

En estos momentos, no sé si sentirme afortunada. Dejé de existir tan de repente que mi consciencia ni tan siquiera se percató de ello. Ella, en cambio, se observa morir poco a poco, sin que nada ni nadie puedan ya evitarlo.

Ahora, mientras la acompaño en su lento languidecer, no puedo evitar preguntarme si todo esto podía haberse evitado. O si lo que ocurrió aquella noche de hace ya un año no fue fruto del azar y si el hecho de que mi último pensamiento fueras tú tiene alguna especie de significado…

1 comentario:

Anónimo dijo...

que agrado pasar por aqui y encontrarme con tremendo relato,es demasiado buenisimo...creo que todo esto tiene un significado muy profundo,para mi tiene que ver con el amor,pero el amor que mata...que te deja sin aliento y sin fuerza...el amor que nos hace perder una parte del corazon,del cuerpo,de la vida...
y podria decir muchas cosas mas,pero solo dire que esa persona tiene muuucho significado...

saluditos... :)