lunes, 1 de septiembre de 2008

Carrera


No sabía exactamente en qué momento había empezado a correr, pero no se preocupó demasiado por ello. En aquellos instantes, su mente estaba colapsada por una cascada de fuegos artificiales que le impedían pensar de manera coherente; tan sólo había logrado reunir la atención suficiente para dar la acción de correr, y entonces nada ni nadie podría haberla parado.

Cruzó el centro de la ciudad entre una algarabía de transeúntes que protestaban cuando ella intentaba hacerse paso sin detener el ritmo. Varios coches frenaron precipitadamente para no arrollarla, y pronto fue foco de más de una mirada curiosa. A pesar de ello, ella no reparó en nada de lo que ocurría a su alrededor, y corría como si de ello le dependiera la vida con una enorme sonrisa en el rostro.

Pronto las calles se iban tornando más y más desiertas, hasta un momento en que los edificios desaparecieron del horizonte y fueron sustituidos por una única carretera que salía de la ciudad. Ella siguió corriendo por el arcén, pues a pesar de llevar ya varios cientos de metros parecía no sentir el cansancio de sus piernas o las gotas de sudor que poblaban su frente y su espalda.

Corrió como nunca lo había hecho antes, mientras un cúmulo de imágenes aparecían repentinamente en su cabeza; mientras intentaba poner en orden lo que había pasado y rememorar de nuevo los increíbles acontecimientos que la habían impulsado a agotar su desmesurada excitación de aquella manera. Y, al hacerlo, no pudo reprimir las lágrimas que abandonaron sus ojos y surcaron su rostro ya húmedo por el sudor, acabando en su boca. La felicidad es salada, pensó, y pronto paró pues la carretera acababa y de repente le había entrado un ataque de risa.

Rió de buena gana, aguantándose el estómago con ambas manos pues parecía querer salírsele por la boca. Reía y lloraba a la vez, hasta que entre las risas y los jadeos de la carrera empezó a toser ruidosamente. Cuando controló la tos y su respiración se relajó un poco, levantó la vista y vio que se encontraba muy cerca del paseo marítimo, hacia donde se dirigió para sentarse. Desde allí, admiró la puesta de sol y sonrió de nuevo pues, en ocasiones como aquella, la vida podía ser maravillosa.

Y, después de aquella tarde, indudablemente iba a serlo.

1 comentario:

Duha dijo...

Más de una vez he sentido algo parecido. Ganas de salir corriendo y dejarlo todo atrás. Correr y correr.. concentrada en tí misma, pero al final, siempre me quedo donde estoy. La mayoría de veces.. muerta de miedo.

:)