lunes, 31 de diciembre de 2007

Disertación pre-campanadas

Por los altavoces suena Bach, pero mis oídos apenas prestan atención a la relajante melodía de los violines. Tampoco escuchan el sonido que producen las teclas de este viejo ordenador que se bloquea constantemente, repiqueteando rítmicamente al movimiento de mis dedos entumecidos por el frío.

Aunque quizá lo más acertado sería decir que es mi cerebro el ausente, ubicado en algún punto que ni yo misma sabría concretar con demasiada exactitud. Saltando, de aquí a allá, de pensamiento en pensamiento, de recuerdo en recuerdo; repasando cual lista de la compra diferentes momentos del año que ya acaba, reflexionando sobre su significado o su no significado que, a estas alturas, da lo mismo. Analizando el nuevo año que se avecina, tal vez deseando algunos cambios respecto al anterior...

La música ha cambiado: ahora es Pachelbel quien me acompaña con su Canon, y mis pensamientos siguen girando en espirales egocéntricas, haciendo preguntas al aire: el porqué de mi existencia, del curso que sigue mi vida, de estar sentada en esta incómoda silla a las 23.53 escuchando música clásica y escribiendo sandeces... Y siguiendo ese rumbo de reflexión apareces tú, jodido impresentable, que me haces sumergir en tu mundo de paranoias y, de alguna manera, ayudas a este montón de neuronas atolondradas que viven en mi cabeza a producir alguna que otra frase coherente que ponga un poco de orden en el caos... Aunque, al fin y al cabo, estés dando por culo a unas horas durante las cuales podría estar yo durmiendo a pierna suelta, apretujada bajo diversas capas de protección antifrío.

Pero a lo que íbamos: el 2007 se acaba más o menos como empezó, en el punto álgido de las fechas más vomitivas del año (y no sólo por la cantidad de comidas, cenas y demás banquetes que se celebran); fechas en las que sale a relucir nuestro lado más hipócrita y consumista y que se ven plagadas de niños mimados para los cuales se invertirán miles (o tal vez millones, nunca he estado muy puesta en economía) de euros en una infinidad de objetos de diferentes materiales plásticos que acabarán, apenas usados, en el fondo de los contenedores (de reciclaje, por supuesto, que ahora está de moda).

El caso es que 2008 está a un tiro de piedra, y todos los pronósticos de decadencia que cada año algunos nos hacemos se van cumpliendo uno por uno...

¡Celebrémoslo con una buena borrachera!

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Nunca más

Porque ya nunca volveré a verme reflejada en tus ojos enloquecidos por el deseo. Porque ya nunca tu sonrisa iluminará mis noches frías de invierno.

Porque ya nunca mis dedos volverán a recorrer los suaves contornos de tu piel desnuda; porque ya nunca tus dedos acariciarán la superficie de mis labios expectantes.

Porque ya nunca el cielo brillará con la luz que irradian nuestros cuerpos entrelazados, ni el viento difundirá el eco de nuestras risas. Tampoco la luna alumbrará las noches que una vez compartimos y las estrellas fugaces dejarán de existir para siempre, pues han fracasado en su misión de cumplir todos esos deseos que un día pedimos juntos.

La noche derrama lentamente sus lágrimas por todo aquello que pudo ser y no fue, pero yo no puedo hacer nada para consolarla. A veces le digo que siempre nos quedará el recuerdo, pero creo que no le parece suficiente. Ni a mí tampoco.

Mi corazón late más deprisa cada vez que mi mente se sumerge en la nostalgia, pero pronto su ritmo se ralentiza al recordar que todo ya forma parte del pasado. Yo intento consolarle, y le digo que todo lo que ahora sentimos vale la pena por todo aquello que llegamos a sentir, pero creo que él no piensa de esa manera. Ni yo tampoco.

Porque la mayoría de las veces las mentiras son mucho mejores que la verdad...

... Así que cierro los ojos e imagino tus susurros en mi oído, tu olor impregnado en mi ropa, el roce de tus manos sobre las mías, la excitación plasmada en tus pupilas, el dulce sabor de tu labios...

viernes, 21 de diciembre de 2007

Invierno

Llegaba el invierno, pero a él no le importó; siguió levantándose temprano por la mañana, y como cada día, pagaba su billete de tren y se sentaba en el mismo banco de la estación, esperando a alguien que nunca llegaría.

El viento helado procedente del norte nos hacía encogernos bajo nuestros abrigos y bufandas, mientras caminábamos deprisa para así poder llegar lo antes posible a nuestro lugar de destino y huir de aquel tiempo infernal. Entretanto, él seguía ahí sentado, inmóvil y casi sin pestañear, pendiente de toda la gente que salía de los trenes que llegaban a la vieja estación.

Nadie sabía qué o a quién esperaba. Lo cierto es que todo el mundo lo trataba como un pobre viejo chiflado al que su familia había abandonado a su suerte, dejándolo vagar sin rumbo hasta el fin de sus días. Pero una simple mirada en aquellos ojos ya casi apagados revelaba que, aunque los años habían hecho mella en su cuerpo, su mente seguía joven y se hallaba estancada en una época muy lejana en el tiempo...

Quizás todavía esperaba a aquella novia que iba a venir desde el pueblo a visitarle, pero a la que sus padres encerraron en casa para que no viera al pobre desgraciado que nada podría ofrecerle. Quizás esperaba a aquellos hijos que habían marchado a vivir lejos en la búsqueda de un futuro mejor y de los que nunca había vuelto a tener noticia.

Nada podría apartarle de su rutina durante aquel largo invierno... salvo la fría muerte.

martes, 18 de diciembre de 2007

Plan divino (II)

La Navidad se aproximaba lentamente, y los ayuntamientos ya habían instalado las entrañables lucecillas de todos los años por las principales calles de la ciudad. Ya estábamos en diciembre, y los niños ya habían empezado a planear qué iban a pedir en su carta a los Reyes Magos. Ya quedaba poco para los atracones típicos de esas fechas, y las amas de casa ya pensaban en qué elaborados manjares prepararían para sus huéspedes. Los pensamientos de Gerineldo, en cambio, distaban mucho de esas cuestiones tan mundanas.

Después de comunicarle el proyecto que tenía reservado para él, Dios dejó de visitar a Gerineldo. Al principio, éste se entristeció bastante al recordar los buenos momentos que había pasado con su mentor, pero pronto las numerosas ideas que acudían a su mente para la elaboración de su plan protagonizaron todos su pensamientos.

Dios no había dejado instrucciones claras del procedimiento a seguir, sino que tan sólo había dado unas nociones de los objetivos a conseguir; Gerineldo supo entonces que las charlas no habían sido ningún capricho, sino que habían servido para instruirle y sensibilizarle con el problema. Por aquel entonces ya había empezado a trazar, día y noche, múltiples esbozos, cada cual más absurdo e inasequible, con el propósito de alcanzar esos objetivos. Hasta que una noche, Dios le devolvió al buen camino proporcionándole un sueño revelador: en la cena de Navidad, se partía un diente al intentar morder el turrón. Al despertar, Gerineldo pensó inconscientemente en el turrón que habría de costarle una visita al dentista, y recordó que en una semana empezaría el envío de las cestas. Y entonces se le ocurrió la idea.

Gerineldo trabajaba desde hacía más de 15 años en una importante empresa de transporte de mercancías que se encargaba de distribuir los productos recién elaborados de otras empresas hacia diferentes zonas de la península. Desde su puesto como encargado en la sede, controlaba los envíos y se encargaba de que los artículos adecuados fueran enviados al lugar correcto. Este año, una empresa dedicada a preparación de cestas de Navidad había contratado sus servicios.

Con la excusa de que debía cerciorarse de que todas las cestas estaban en perfectas condiciones, Gerineldo delegó sus faenas más importantes a sus subalternos y pasó la semana que quedaba para su envío examinándolas una a una. Y mientras lo hacía, se dedicó a introducir pequeñas cantidades de insecticida en el turrón con la ayuda de una jeringuilla. En un principio, pensó hacerlo en el cava: el último brindis del año, algo mucho más poético. Pero las dificultades eran mayores y, de esa forma, se eliminaba de la lista a los niños, y eso no era tolerable.

Una vez enviadas las cestas, Gerineldo respiró satisfecho. Aquella Navidad, la primera de las muchas purgas que debían hacerse tendría lugar. Aún así, era necesario continuar haciendo planes rápidamente: la erradicación de la especie humana no era algo que se podía conseguir en un par de días.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Charlas de sobremesa (I)

El día en el que Gerineldo conversó con Dios por primera vez era miércoles. Él estaba en casa, cenando frente al televisor, cuando le pareció percibir movimiento por el rabillo de su ojo izquierdo. Fue al girar la vista cuando descubrió a un hombre barbudo y vestido con una túnica hasta los pies sentado en el otro sillón que ocupaba la sala.

Su primera reacción fue frotarse los ojos y contar hasta tres antes de volver a abrirlos. Pero allí seguía, observándole. Pensó en acercarse para tocarlo y cerciorarse de que no era producto de su imaginación, pero el miedo le paralizaba por completo. Pasaron unos segundos así, mirándose el uno al otro, sin emitir el más mínimo sonido o realizar el más mínimo gesto. Finalmente, Gerineldo tragó lo que todavía tenía en la boca, y preguntó, casi en un susurro:

- ¿Eres Dios?

La verdad era que no esperaba respuesta, pues todavía pensaba que tan sólo era una aparición fruto del cansancio y las noches de insomnio. Así que casi se orinó encima cuando su interlocutor habló.

- ¿Realmente tiene eso importancia? – Y tras una pausa, añadió: – Bueno, ¿te apetece hablar de algo en especial?

Gerineldo pensó que se refería a algún tipo de confesión, tras la cual recibiría alguna reprimenda y la orden de rezar unas oraciones, pero no tardó mucho en darse cuenta de su error. Dios quería conversar plácidamente, sobre todo y sobre nada en particular, como lo harían dos desconocidos dispuestos a empezar a conocerse. Aunque la verdad, pensó Gerineldo, era que Dios no era un gran conversador, ya que sólo se limitaba a preguntar, escuchar y comentar lo escuchado. Pero eso a Gerineldo apenas le importó: aquellas conversaciones llegaban a ser bastante más amenas que lo que emitían en la televisión últimamente.

Gerineldo incluyó pronto las visitas nocturnas de Dios en su anodina agenda diaria. Unos días después de la primera visita, esperaba con ansia esos encuentros, y durante todo el día pensaba en posibles temas de conversación con los que entretener a su invitado.

De lo que Gerineldo no se había dado cuenta era de que aquellas charlas le habían infundido más cultura de la que había llegado a acumular en sus 43 años de vida. No es que fuera necio, pero el problema residía en que Gerineldo no pensaba demasiado. Toda su vida se había limitado a aceptar las cosas como venían, a hacer y a dejar hacer sin prestar mucha atención a nada. Las conversaciones con Dios le habían hecho reflexionar por primera vez sobre cosas que quizás muchas otras personas habrían encontrado incuestionables.

Pero los cambios no habían acabado aquí. Después de un tiempo que para Gerineldo fue como el despertar de un largo sueño, Dios consideró que ya estaba preparado para realizar las grandes empresas que el destino había deparado para él. Gerineldo se sentía abrumado por la responsabilidad, pero también estaba tranquilo. Al fin y al cabo, Dios estaba de su parte.

viernes, 7 de diciembre de 2007

¿Prototipo?

Tenía la vida que cualquier persona hubiera deseado: una pareja encantadora, unos hijos maravillosos, una carrera de éxito. Salud, dinero y amor: aquello que todos ansiamos tener, en mayor o menor medida, a lo largo de nuestra existencia.

Siempre había sido una persona optimista. Como todo el mundo, había sufrido muchos altibajos por unas causas o por otras y, aunque la suerte le había acompañado en muchas ocasiones, muchas otras había tenido que superar duros obstáculos para poder volver al camino adecuado.

Y eso lo había conseguido gracias a que era una persona luchadora. Desde su más tierna infancia, sus padres le habían inculcado la voluntad de perseguir sus sueños y alcanzar sus metas, por muy difícil que fuera el camino. También le habían enseñado a ser realista y no proponerse objetivos imposibles de conseguir, y esos eran valores por los que se esforzaba para que sus propios hijos asimilaran.

Era una persona agradable con todo el mundo; con un gran sentido común, siempre sabía adecuar su conducta ante cada una de las situaciones que se le presentaban. Era la clase de persona que todos deseamos tener como amigo, compañero de trabajo, de vecino; que no llama la atención pero cuya presencia es indispensable.

Y era consciente de ello. Como consecuencia, volcaba todos sus esfuerzos por seguir así, por no defraudar a toda la gente que le apreciaba y respetaba. Su vida, desde que se levantaba cada mañana hasta que se acostaba por las noches, era un afán por mantener aquel nivel de perfección que le caracterizaba y que le hacía sentirse una persona realizada en la vida.

Se esforzaba tanto por hacer felices a los demás que, al final, se olvidó de serlo.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Noche en vela

Aunque era bastante tarde, subí todavía más el volumen de la televisión. De todas formas, los gemidos que atravesaban las delgadas paredes estaban ya grabados en mi memoria y eran como un eco que martilleaba mis tímpanos una y otra vez.

Mis ojos no emitieron ni una sola lágrima, pero tan solo era porque ya llevaban secos mucho tiempo. Tampoco sentía dolor, pero a veces es preferible el hecho de sentir algo que te haga sentir viva a aquella profunda apatía.

No tenía sueño y mi mente decidía dar muestras de su lucidez (y de su masoquismo) imaginando con todo detalle lo que ocurría en la habitación de al lado. Hubo un momento en el que incluso creí notar que el sofá temblaba al contacto con la pared (sobre la que, al otro lado, se apoyaba el cabezal de la cama), pero supongo que era parte del atrezzo de la historia creada en mi cabeza. Puede que la que temblara fuera yo misma.

Podría decir que, llena de furia, fui hasta allí y maté (de la forma que más te apetezca escuchar) a aquella zorra, y que después él y yo follamos enloquecidos sobre la sangre desparramada. También podría decir que lo maté a él, postulando eso de si no puede ser para mí, no será para nadie, y que después me enfrasqué en una larga noche de lujuria desenfrenada con su ex compañera de cama.

Pero lo cierto es que me quedé allí, acurrucada en un rincón del sofá y abrazada a mis piernas desnudas, mirando sin ver y escuchando sin oír los siempre pedagógicos anuncios de la teletienda.