viernes, 30 de noviembre de 2007

Altruísmo (II)

Paula decidió relajarse para ordenar sus ideas y preparar un plan de acción, así que llamó a su cita para aplazarla y se fue de compras al centro de la ciudad. Tras los primeros 500 euros gastados, su mente empezó a funcionar correctamente.

Lo que más necesitaban aquellos pobres desvalidos era dinero, pero Dios sabía que su padre no era tan rico como para ir despilfarrando su fortuna de esa manera, así que hacía falta pensar en otra solución. Iba Paula tan ensimismada en estas y otras cavilaciones, cuando de pronto chocó contra alguien que se había interpuesto en su camino. Varias bolsas cayeron al suelo, y Paula estaba a punto ya de mostrar su profundo enojo cuando levantó la mirada y sus ojos se posaron en la oscuridad de los que a su vez estaban clavados en los suyos, y no pudo evitar que su corazón diera un vuelco y que en su estómago volaran mariposas.

Al parecer, aquel atractivo desconocido había sentido más o menos lo mismo, pues pronto los dos paseaban juntos, entre parloteos bobos, rubores y alguna que otra risita descontrolada. Paula se olvidó del mundo durante aquellos preciosos instantes, y supo con certeza que aquél era el hombre con el que compartiría su vida hasta el fin de sus días. Y no se equivocaba.

La conversación no decayó en ningún momento, y pronto ganaron la suficiente confianza como para pasar del embarazo inicial a una etapa de confidencias en la que ambos deseaban saber con todo detalle la vida del otro. Al final, Paula acabó contando a su amado las intrincadas reflexiones en las que se hallaba cuando sus vidas se cruzaron, y pareció que a él le entusiasmó la idea. Pensaron que sería un proyecto ideal para afianzar aquel amor repentino que sentían el uno por el otro, e inmediatamente él captó el verdadero problema: ¿sabían con exactitud qué era lo que necesitaban aquellos desamparados?, así que ¿por qué no ir hacía allí y preguntarles? Hacía unas horas que había anochecido, pero ambos pensaron que para la caridad, la hora era irrelevante; ¿es que acaso aquellas personas cerrarían las puertas en las narices de sus redentores?

Paula creyó que sabría llegar otra vez hasta el lugar donde había visto a la niña que tanta mella había hecho en ella, pero lo cierto es que nunca llegó. Su descapotable rojo fue encontrado unos días más tarde, después de que los tres adolescentes que lo ocuparan perdieran el control del vehículo y lo hicieran colisionar con una valla publicitaria. Sus restos nunca fueron encontrados, y su ropa de diseño se pudrió con el tiempo, mientras el paso de las estaciones y las alimañas salvajes consumían su cuerpo.

Por una vez, parece que Paula hizo algo por alguien; aunque sólo fuera proporcionarle un polvo impetuoso y todo el dinero que pudiera sacar de su tarjeta de crédito antes de que ésta fuera cancelada por sus padres.

Por una vez, parece que el horóscopo de Paula había acertado.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Altruísmo (I)

Iba Paula en su flamante descapotable rojo, sintiendo el aire revolotear entre sus cabellos, cuando unas retenciones en la autopista le hicieron aminorar la velocidad hasta hacerla detener casi por completo. Disgustada porque iba a llegar tarde a su cita con su musculoso preparador físico, Paula entremetió su deportivo entre los demás coches, entre una algarabía de bocinas y frenazos bruscos, para llegar al carril derecho y poder abandonar el atasco en la siguiente salida.

La verdad era que Paula no conocía otro camino que el que acababa de dejar atrás, pero era impaciente por naturaleza y, además, el humo de aquellos utilitarios de clase baja se le entremetía en el pelo y obstruía sus poros. En vista de las circunstancias, Paula decidió recorrer las callejuelas de la zona donde había ido a parar, siempre cerca de la autopista, y así poder reincorporarse más adelante. Pero Paula no contaba con lo que el destino había deparado para ella.

El lugar donde había ido a parar Paula no era precisamente como los que ella tenía la costumbre de frecuentar. Los bloques de pisos estaban grises y descuidados y la mayoría se caían a pedazos, y Paula se indignó con aquellos vecinos indecentes y aquel ayuntamiento que nada hacía para remediarlo. Unos minutos más tardó Paula en darse cuenta de que quizás la causa residía en que aquellas gentes simplemente no tenían medios para cambiar la situación. Intrigada por un mundo hasta ahora desconocido para ella, Paula se olvidó de su cita y continuó conduciendo, esta vez más despacio, observando el panorama.

Tras unas vueltas por la zona, Paula verificó la conclusión, que quizás otra persona más lúcida hubiera obtenido mucho más rápidamente, de que aquel no era su mundo. La gente que la veía pasear por allí, con aquel aspecto y aquel coche, pensaban exactamente lo mismo. Paula se quedó anonadada mirando la pobreza que denotaban aquellas gentes, la prematura vejez que parecía adornar cada una de aquellas caras, la precipitada pérdida de la inocencia de aquellos niños que corrían detrás de su coche o gritaban al verla pasar...

Y, al girar a la derecha en una esquina, la vio. No podía tener más de 6 años, y estaba sola y de pie, en la acera. Con su pequeña manita sostenía un peluche de formas indefinibles y miraba a un lado y a otro, como buscando a alguien... Pero nadie la reclamaba, y ni tan siquiera prestaba atención en ella.

Incluso una imagen como aquella bastaba para conmover a alguien como Paula. Unas manzanas más adelante, cuando las casas habían desaparecido para dejar paso a fábricas, Paula detuvo el coche.

No entendía qué era exactamente lo que había ocurrido en su interior, pero el caso es que se sentía ligeramente inquieta. Por primera vez en su corta vida, Paula se preocupó por alguien más que no fuera ella misma, y sintió miedo por lo que podía pasarle a aquella niña. También cayó en la cuenta de lo que tantas veces había escuchado, justo antes de cambiar de canal, por televisión y que nunca había comprendido: las desigualdades sociales.

¿Y por qué no ayudar a aquellas personas? Bien podría ella convencer a su padre para que les diera algo de dinero, pobrecitos... Pero, para su sorpresa, en lugar de darse por satisfecha con una idea que unos minutos atrás habría zanjado el asunto, Paula no se sentía en absoluto de ese modo. Y entonces recordó su horóscopo de aquel día: “Hoy será un día que marcará profundamente el curso de tu vida” y comprendió su sino. Todo hay que decir que se decepcionó levemente al comprender que no se trataba de conocer al amor de su vida, pero aún así decidió hacer algo por aquella gente que tanto necesitaba ser ayudada.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Autoengaño

Dime que sólo bebes de vez en cuando, cuando sales por ahí con los amigos. Dime que en realidad apenas te gusta el alcohol, y que lo tomas por acompañar a los demás y porque te ayuda a desinhibirte. Dime que las botellas vacías desparramadas por debajo de la cama eran producto de mi imaginación, o que simplemente son el recuerdo de tus borracheras adolescentes.

Miénteme.

Guarda las botellas que tienes aún por terminar en algún armario que apenas use, y así no podré ver la velocidad con la que baja el líquido que contienen. Acostúmbrate a masticar chicles o a comer caramelos a menudo, para que así no pueda notar el alcohol en tu aliento cuando me besas. Aprovecha los minutos que estás a solas para echar un trago, y así evitar los molestos dolores de cabeza y los temblores que sacuden tu cuerpo.

Pretende que nadie lo sabe.

Pero, después, no te sorprendas cuando tus amigos ya no te llamen y traten de evitarte.
No te sorprendas cuando te encuentres tirado en la calle, porque te han echado a patadas del bar en el que estabas.
Tampoco lo hagas cuando te duela tanto el estómago que creas morir, o cuando hayas vomitado tanto que apenas te puedas levantar del suelo.
No te sorprendas de las lagunas en tu memoria, o de tu irritabilidad, o de las crisis pasajeras de ansiedad que aparecen sin razón aparente.
Y, sobretodo, no te extrañes si un día te despiertas y no me encuentras a tu lado...

Ese día, por fin se cumplirá lo que hacía tiempo venías buscando: habrás tocado fondo.

viernes, 16 de noviembre de 2007

El principio del fin

El odio había, al fin, sobrepasado el límite nunca antes rebasado: además de haber tomado posesión de mi mente hacía ya tiempo, un día tomé plena conciencia de que también dominaba mi cuerpo. No se trataba en ningún caso del control de mis movimientos o de mis actos sino que, una vez hubo consumido cada uno de los recónditos recovecos de mi sistema nervioso, había logrado introducirse en mis arterias para así extender su halo de devastación por cada célula de mi cuerpo.

Llegaba a la superficie como una especie de vaho que emanaba de cada poro de mi fisonomía, creando un aura a mi alrededor que provocaba diversas reacciones sobre el mundo que me rodeaba. No era algo que se pudiera captar concientemente, pero yo notaba como muchas personas se apartaban de mi lado o se sentían incómodas en mi presencia, así como muchas otras, normalmente de reputación algo dudosa, a las que atraía irremediablemente.

Era el odio: sentimiento puro pero no por ello loable, que había florecido en mi interior como consecuencia de toda una vida de insatisfacciones y pequeños placeres truncados, y que había crecido alimentado por la amalgama de crueldad y corrupción que constituía el mundo en el que vivimos; mundo que resistía tenazmente a toda amenaza de protesta o rebelión por parte de todo aquel que tenía más de dos dedos de frente.

Dejé de comer, puesto que el odio ya había comenzado a devorar mis entrañas. Dejé de dormir, puesto que la rabia acumulada me mantenía despierta. Mi cuerpo había comenzado a descomponerse lentamente, inducido por los intensos sentimientos de aversión, furia y venganza que hacían hervir mi sangre, abrasándome por dentro. Yo era la única testigo de la paulatina destrucción que estaba sufriendo.

Cuando te vi por primera vez, en seguida supe que el odio también había empezado a habitar en tu interior, aunque tú todavía no te hubieras dado cuenta de ello. Traté de explicarte las razones de tu atracción por mí, pero no quisiste escucharme o quizás tan siquiera me creíste. No sabías muy bien el porqué, pero lo único que deseabas era besarme, decías. Parece que aún quedaba algo de libido en mí, puesto que no pude negarme.

Pero tú aún no estabas preparado y no pudiste soportarlo. El besar mis labios envenenados te destruyó mucho más rápidamente de lo que el odio lo habría hecho, y ahora eres un alma condenada a vagar eternamente, libre de odio, sí, pero vacía de cualquier otro sentimiento...

Presiento que pronto me reuniré contigo.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Apocalipsis

Hacía ya más de 30 días que había empezado a llover. Al principio, todo el mundo recibió la noticia con alegría y entusiasmo; el agua siempre es bien recibida, suelen decir las abuelas. Pero la opinión general varió con el paso de los días: por todo el país, los ríos se desbordaban, inundándolo todo a su paso; los agricultores se lamentaban por sus tierras anegadas; el contribuyente medio lloraba desconsolado por la suspensión del fútbol debido al empantanamiento de los campos...

La ciudad era un caos. Atemorizados por las previsiones del tiempo que, aunque casi nunca acertaran, ofrecían pronósticos no demasiado alentadores, los habitantes abarrotaban los centros comerciales con el único fin de arrasar con todo lo que pudieran (no siempre mediante métodos estrictamente legales) y así atrincherarse en sus casas hasta que pasara el temporal.

En pocos días, la gente dejó de ir a trabajar, por lo que el país estaba completamente paralizado. Aún así, eso no impedía que los grandes empresarios no sacaran partido de la situación, ya que los precios de los productos de primera necesidad habían subido muchas veces hasta llegar a cifras tan desorbitadas que, de haber estado abiertos los bancos, muchas familias habrían tenido que hipotecar sus pequeños pisos de 50 m2 para poder comprarlas.

Porque los bancos y cajas de ahorros habían cerrado. En los primeros días de conmoción, los presidentes de los principales bancos y cajas del país, así como los políticos más relevantes y algunas personalidades nacionales más, habían huido a esconderse en alguno de los búnkers que el gobierno tenía repartidos por toda la geografía nacional. El resultado era que muchas sucursales habían sido ya allanadas y desvalijadas, así como joyerías o pequeños comercios, ya que el país carecía de autoridad alguna.

Quizás todo lo hasta ahora explicado te parezca excesivo por una simple lluvia... Pero es que aquello no era ni una dulce llovizna ni un chubasco pasajero: desde sus comienzos hacía ya más de un mes, aquello no era sino una tremenda tromba de agua que impedía distinguir nada a más de tres metros de distancia. El viento glacial que la acompañaba, y que a algunos les hacía dudar de la veracidad de los que hablaban del cambio climático, tampoco mejoraba mucho las cosas. Ni lo hacía el hecho de que, unos días atrás, comenzaran a sucederse los rayos y los truenos de manera casi permanente, iluminando un cielo ahora en continua oscuridad y poniéndole banda sonora a la catástrofe.

Pero, hace tan sólo unas horas, los sonidos cambiaron. Después de tanto tiempo de enclaustramiento y soledad, mis oídos se han vuelto hipersensibles; quizás a causa del miedo primero y a la necesidad de suplir la falta de luz después. Hace tan sólo unas horas que a mis oídos llegan, además del aullido feroz del viento, las gotas de lluvia que parecen querer atravesar el techo – aunque éste se encuentre cuatro pisos por encima – y los truenos que amenazan con agrietar las paredes, el sonido de lo que parecen explosiones. O quizás no sean explosiones, sino edificios que han sucumbido por fin a las temibles fuerzas de la naturaleza.

Me acerco a la ventana de manera automática, como si esperara ver algo a través de la densa cortina de agua pero, para mi sorpresa, la lluvia aminora rápidamente, como por arte de magia, y una luz intensa ciega mis pupilas dilatadas. Cuando logro acostumbrarme a la luz, lo que ven mis ojos me deja sin aliento: meteoritos. Meteoritos en llamas que caen desde el cielo, arrastrando tras de sí una estela de humo hasta desaparecer por entre los bloques de pisos. Se acercan; ya casi puedo sentir el suelo temblar bajo mis pies y, con su llegada, una serenidad inesperada inunda mi alma.

Hago cuentas rápidamente: hace exactamente 33 días que empezó todo; qué paradoja: la edad de Cristo, dirían algunos. Pero ya todo da igual: el final se acerca. Cierro los ojos e inspiro profundamente, intentando retener en mi interior la esencia de todo aquello que me rodea. La luz ya atraviesa mis párpados cerrados... Después, oscuridad.

martes, 6 de noviembre de 2007

Dulce sueño de otoño

Hace unos días soñé contigo.

Hacíamos el amor mientras caían sobre nuestras cabezas las pequeñas hojas amarillentas de un sauce, bajo el cual estábamos tumbados. A nuestros pies, se extendía un lago enorme de aguas
cristalinas, y nos rodeaba un paisaje de un verde de ensueño.

Colocado encima mío, notaba el calor proveniente de tu cuerpo y del mío propio, contrarrestado por la hierba mojada que me humedecía la espalda y las nalgas. El día estaba algo nublado, y parecía que en cualquier momento la lluvia empezaría a caer sobre nuestras cabezas.

Es triste admitirlo, pero creo que fue uno de los mejores polvos de mi vida. Fue algo convencional, nada que no hubiéramos hecho antes, pero supongo que fueron los pequeños detalles... Ya sabes, esos que realmente dan sentido a nuestra existencia. La mirada de uno sobre los ojos del otro, las respiraciones acompasadas, el aire caliente de tu aliento sobre el mío... Puede que también influyera el hecho de hacerlo allí, arriesgándonos a ser vistos en cualquier momento y, sobretodo, en aquel panorama novelístico, como Adán y Eva bajo su Manzano... Lo único que sé es que todas las células de mi cuerpo estaban paralizadas, concentradas única y exclusivamente en lo que estaba pasando allí, entre tú y yo; sintiéndote dentro de mí como si en realidad fuéramos uno solo, como si la vida fueran sólo esos minutos de placer y, el resto, no valiese la pena.

Cuando desperté, no sabía con certeza si realmente había soñado todo aquello, o si tan sólo era un dulce recuerdo que tenía guardado en el fondo de mi memoria. En ese momento, no alcanzaba a comprender qué era lo que había pasado entre nosotros para acabar de aquella manera; incluso llegué a preguntarme que de quién había sido la culpa. Después, recobré la razón y vino a mi cabeza lo que ambos supimos mucho antes de que todo acabara, antes incluso de empezar a discutir casi constantemente y de perder aquella pasión que unas semanas antes parecía inundarnos por completo.

Ahora sólo sé que, desde aquella bochornosa mañana de otoño en la que el timbre del despertador puso fin a nuestras placenteras aventuras nocturnas, pienso en ti todas las noches con la esperanza de volver a sentir una vez más todo aquello que nos hacía únicos e inigualables.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Una triste realidad

Tranquila, no llores; ya ha pasado todo. Estás completamente sola; ya nadie puede hacerte daño. Relaja tus músculos agarrotados; intenta controlar los fuertes temblores que sacuden todo tu cuerpo. No tengas miedo.

Ya puedes salir de tu escondite; estás segura. Una ducha te vendrá bien: el chorro de agua caliente calmará tus nervios y borrará de tu piel la sangre reseca. Nada puedes hacer con los hematomas, pero no te preocupes: el tiempo los eliminará. Aunque ojalá el tiempo borrara también algunos recuerdos...

¿Estás mejor ahora? Sé que aún tienes miedo, pero ahora es el momento de superarlo. Este es el momento de ser más fuerte que nunca e intentar recuperar la felicidad que te ha sido durante tanto tiempo denegada. Tienes el apoyo de mucha gente que te quiere; quizás estés sola ahí, en ese piso, pero no en el mundo. El cariño lo cura todo, dicen, y tú tienes mucho cariño para dar. Como aquel que ya diste hace tiempo, pero que te fue devuelto a golpes.

Pero ahora todo es diferente: él ya no puede hacerte daño. Al menos, no un daño físico, porque en tu mente siempre guardarás el trato que recibiste durante tantos años por parte de aquella persona a la que entregaste tu corazón y tu vida. Y, cada vez que recuerdes, tu cuerpo comenzará a temblar, y un sudor frío recorrerá tu espalda, y te paralizará el miedo... Pero ya no debes temerle nunca más. Aunque todavía le temas, y no puedas evitar que tus ojos ya vacíos de lágrimas hagan un esfuerzo por llorar, mientras lo ves inmóvil y envuelto en un charco de sangre. Porque le querías; aún le quieres... Sé que no te agrada el modo en el que han acabado las cosas pero, ¿qué podías hacer?

Un poeta dijo una vez: “Vivir no es sólo existir, / sino existir y crear, / saber gozar y sufrir / y no dormir sin soñar”. Quizás ahora sea tu turno de descubrirlo.