sábado, 17 de marzo de 2012

Resaca dulce



Sentada en su sillón favorito, con la mirada perdida entre los hilos de la cortina que cubría la ventana y con una humeante taza de café entre sus manos, sonreía.

Tenía todo el cuerpo dolorido y la cabeza le daba vueltas. El pelo, impregnado con un intenso olor a humo, yacía sobre su cabeza apretujado en un pequeño moño. Su cara, maltrecha, aún contenía restos de maquillaje que no lograba cubrir las intensas sombras oscuras que habían aparecido bajo sus ojos. Las uñas que, de vez en cuando, repiqueteaban sobre la taza habían perdido gran parte de su esmalte rojo. Pero, de todas formas, ella sonreía.

Había sido un día largo. No había dormido desde la mañana anterior, cuando se había despertado a las seis y media para ir a trabajar. Pero la noche había sido más larga aún.

No recordaba prácticamente nada de lo que había pasado. Se vio aí misma, cenando con una amiga a la salida del trabajo. Las dos botellas de vino que se bebieron en la cena empezaron a nublar ligeramente los acontecimientos posteriores. Bar, música, risas, alcohol. Nuevo bar, baile, hombres, más alcohol. Luces. Ruido.

Un casi imperceptible crujido que provenía de su habitación la hizo salir de su ensimismamiento. Se levantó y caminó con sus pies descalzos sobre el frío suelo de granito en un intento de calmar el dolor que sentía por culpa de los tacones. En el alféizar de la puerta, se paró y contempló la figura que yacía dormida bajo un mar de mantas, en su cama.

Nunca una resaca había sido tan dulce.