lunes, 22 de septiembre de 2008

Lectura


El verano había dado paso al otoño, aunque ella apenas había reparado en ello y seguía leyendo mientras el mundo continuaba su curso inexorable hacia la destrucción que se avecinaba. Sentada en el alféizar de una ventana de la pequeña buhardilla en la que vivía, se sumergía cada día entre unas páginas que la sacaban de la rutina, de los problemas y de los quebraderos de cabeza. Y ése era el mejor momento del día.

Leía a oscuras, aprovechando la poca luz que en estos días grises se colaba por los cristales del diminuto universo que había creado a su alrededor. Y, entre capítulo y capítulo, miraba más allá del vidrio empañado por su aliento y observaba a la gente pasar, dedicando unos minutos para intentar adivinar quién eran, qué buscaban en la vida y qué demonios era lo que buscaba ella.

Y mientras, el país se perdía en una nube de presagios poco esclarecedores capitaneados por la palabra crisis. Y mientras, la humanidad seguía su avance demoledor destruyendo todo aquello que se pusiera en su camino. Una humanidad cuyos individuos vivían a toda prisa; de casa al trabajo, del trabajo a la compra, de la compra a casa, y así en un círculo interminable en el que se olvidaban de descansar, de pensar, y de vivir.

Ella era ajena a todo ello, y disfrutaba con sus lecturas de media tarde en el alféizar de una ventana de su pequeña buhardilla. Y paladeaba cada palabra como si fuera única, como si toda la trama del libro se sustentara en ella, como si fuera a morir antes de acabar aquella página.

Y mientras, la gente pasaba por debajo de su ventana sin levantar un momento la vista, inmersos en sí mismos tan intensamente que lo demás era puro decorado, un atrezzo cualquiera colocado allí para hacer un poco más vistosa la escena que protagonizaban. Nadie reparaba en la chiquilla que los examinaba desde las alturas; nadie pensaba en ella, ni tan siquiera sabían que existía.

Pero no importaba. Tan sólo era un alma más en la amalgama de almas que vagaban sin rumbo por este lugar que llaman planeta. Como tú y como yo. Como todos los que han venido y vendrán a continuación. Como todos los que nunca existieron y que no existirán jamás.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me vuelves a sorprender con un exelente relato...
me encanto la forma en que muestras la triste realidad de la sociedad actual y de lo bien que hace la buena lectura...

saludos...:)

pd:si te fijaste en el comentario anterior que te deje,ya cumpli mi palabra...

Anónimo dijo...

hola...
solo pasaba a dejar mis saludos,encerio me gusta lo que escribes asi que seguire pasando por aqui siempre...

saludos...