martes, 7 de abril de 2009

Turnos


Nuestras caras se aproximaron como impulsadas por un resorte, como si en cada una de ellas estuviera el polo opuesto de un imán, como si formaran parte de un acto reflejo. Y, mientras se acercaban, mis ojos se perdían en lo más profundo de tus ojos, sin mirar nada más allá: ni tus mejillas sonrosadas por el calor que hacía en aquella habitación de apenas cuatro metros cuadrados, ni en tu pelo que unos segundos antes habías revuelto, ni en tus labios carnosos y entreabiertos.

Nuestras caras se aproximaron hasta quedar a sólo unos centímetros de distancia, y sólo existían tu cara y la mía en nuestras mentes, en aquella habitación y en el mundo entero. Casi podía rozar la punta de mi nariz con la tuya; podía notar el aire que movían tus pestañas cuando parpadeabas; mi aliento se mezclaba con el tuyo como si en realidad fueran uno solo.

Ensimismada como estaba en captar cada uno de los detalles que tu proximidad me ofrecía, perdí la noción del tiempo.

Y, de repente, uno de los dos o quizás los dos a la vez, recorrimos los últimos milímetros que nos faltaban para entrelazar nuestros labios y un escalofrío recorrió mi cuerpo desde mi nuca hasta la punta de mis pies. Me sentía como si hubiese estado en pleno desierto y acabara de encontrarme con la primera fuente de agua en quilómetros, y mi sed era insaciable. Saboreé cada rincón de esa cara y de esa boca como si nunca antes hubiera tenido papilas gustativas. Hubo un momento en el que creí que nuestras pieles se habían fundido y que aquel rostro que besaba formaba parte del mío.

Así que mis labios decidieron explorar un poco más, y se deslizaron por tu cuello mientras mis dedos apartaban cada uno los obstáculos que alejaban mi boca de tu cuerpo. Continué bajando, deteniéndome en cada rincón y en cada curva, sintiendo tu respiración agitada y los escalofríos que recorrían tu piel cuando mis labios la rozaban.

Cuando llegué a la parte más sensible de tu ser, tu cuerpo, agradecido, estalló en una explosión de genuino placer.

Y, entonces, feliz por saberte profundamente satisfecho, me recosté sobre las sábanas a tu lado y relajé cada uno de los músculos de mi cuerpo, mirándote a los ojos con lujuria, consciente de que había llegado mi turno.