viernes, 29 de febrero de 2008

Una niña


Había una vez una niña de la que sus padres estaban tremendamente orgullosos. Era educada, responsable e increíblemente madura para su edad, y siempre sacaba las mejores notas. Desde pequeñita, su padre soñaba con que creciera y se convirtiera en una gran cirujana o en una abogada de éxito. Su madre, en cambio, le decía que de mayor podría ser lo que ella quisiera... siempre y cuando fuese la mejor, y tuviera así el futuro asegurado.

La niña creció y creció, convirtiéndose así en la adolescente perfecta. Además de su más que demostrada inteligencia, la niña creció fuerte y sana... así como con una belleza nada despreciable. Ella era feliz, ya que todo le sonreía en la vida; todos le decían que su futuro prometía ser alentador, y los chicos le decían... bueno, cosas mucho más interesantes.

Su primer novio fue uno de los chicos más populares de su barrio. Fue su primer gran amor; por él, habría hecho lo impensable; por él, habría ido al fin del mundo, lo habría abandonado todo... Pero su padre le decía que antes que en novios debía pensar en sus estudios. Su madre, en cambio, le animaba a seguir con él... Y al llegar a casa le preguntaba que a dónde iban, que qué hacían, que si él la trataba bien, que quería conocer a sus padres... Lo dejaron a las pocas semanas.

La adolescente siguió creciendo y haciéndose a sí misma y, durante esos años, pensó muchas veces en su futuro, hasta que al fin decidió a lo que quería dedicarse el resto de su vida: a escribir. Cuando escribía lograba aislarse completamente del mundo que la rodeaba; introducirse en la piel de personajes totalmente diferentes a ella y vivir historias inimaginables... Pero su padre le decía que tan sólo eran fantasías de adolescente. Su madre, en cambio, le decía que era una profesión preciosa... pero que se quitara esa idea de la cabeza.

Finalmente se matriculó en la facultad de química. No estaba demasiado convencida con su elección final, pero el paso de los días le hicieron olvidarse de esa cuestión por completo ya que, con su entrada a la universidad, pudo descubrir un mundo nuevo: libertad e independencia, fiestas, gente nueva por todas partes... En aquellos días sintió que empezaba a vivir: quería hacerlo todo, probarlo todo, no desperdiciar un solo instante... Pero su padre le decía que ya tendría tiempo de todo aquello en cuanto acabara la carrera. Su madre, en cambio, le decía que debía divertirse, pero la llamaba a todas horas para preguntarle por las clases, por las prácticas, si comía bien o si necesitaba alguna cosa.

Cuando terminó su carrera, la que un día fue una dulce y tierna niñita había dado paso a una mujer autosuficiente, con un trabajo estable y el futuro asegurado que todos siempre le habían prometido. Ella se sentía afortunada por tener el trabajo perfecto, pues cuando llegaba a casa no había nadie allí esperándola; los fines de semana no tenía a nadie con quien salir, y cada noche tardaba horas en conciliar el sueño, inmersa en un mar de lágrimas.

El día de su 25 cumpleaños lo celebró, como los 24 anteriores, en casa de sus padres. Después de soplar las velas, fue a la cocina a por un cuchillo para cortar el pastel pero, cuando volvía al comedor, se lo pensó mejor y degolló a su padre. A su madre, en cambio, la acuchilló varias veces en el pecho, antes de que los gritos alertaran a los vecinos. El resultado fue, dentro de las circunstancias, bastante limpio y indudablemente efectivo; sólo como una chica con estudios superiores podría haberlo hecho.

domingo, 24 de febrero de 2008

Determinación


A partir de hoy, sólo sexo.

No quiero falsas caricias ni besos amargos. No quiero manos entrelazadas ni dulces susurros.

No quiero que te sientas obligado a respetarme, cuidarme, consolarme, animarme, abrazarme, entretenerme, quererme. Quiero que me mires si te apetece hacerlo y sin pensar en si malinterpretaré tus miradas. Quiero ser un maniquí guiado por mis impulsos sin que saques conclusiones precipitadas.

No necesito un confesor, un aliado, un consejero, un padre o un amigo. Sólo necesito un desahogo de la mierda que me rodea día a día, una evasión de la rutina, un alivio de las tensiones, un consuelo a las penas, un bálsamo para estos continuos dolores de cabeza.

Sólo quiero sexo.

Quiero encontrar el límite entre lo terrenal y lo celestial, y cruzarlo; quiero gritar de placer hasta quedar afónica; quiero saber si nací con el maravilloso don de la multiorgasmia.

¿Probamos?

miércoles, 20 de febrero de 2008

Placer y dolor


La vibración de los altavoces amenazaba con acabar en una repentina pero inevitable caída hasta el suelo. La atmósfera estaba cargada y el aire olía a rancio debido a la falta de ventilación. La habitación se sumergía lentamente en las tinieblas, pero hacía días ya que me habían cortado la luz por falta de pago. Pero nada de eso me importaba.

Estaba a punto de iniciar el ritual tantas veces repetido a lo largo de los últimos meses. Tenía ya la goma en su sitio y todo estaba listo, sólo quedaba apoyar la aguja en el pequeño punto marcado sobre la superficie de mi piel y empujar. No me hacía falta mucha luz para saber exactamente dónde se encontraba. Y entonces todo se sucedería con la rigurosa precisión que siempre me fascinaba.

Me gustaba notar el pequeño escalofrío de excitación al sentir la punzada de dolor de la aguja atravesando mi piel, demostrando que mis terminaciones nerviosas funcionaban a la perfección. Dolor justo antes de la llegada del placer, la combinación perfecta.

La disminución de la presión me decía que la aguja había atravesado la pared de la vena y que era el momento de comprimir el pequeño émbolo lentamente y dejar que el líquido introducido recorriera todo mi sistema circulatorio.

Y entonces cerrar los ojos y caer…

Caer lentamente hasta el suelo y atravesarlo y seguir cayendo más y más y lentamente, en una espiral de oscuridad que poco a poco se va iluminando de todos los colores inimaginables. Y sentir como los colores me atraviesan y entonces los colores son yo; yo soy rojo, amarillo y naranja, soy azul, blanco y todas las combinaciones posibles y brillo con luz propia. Noto el calor de la luz que desprende mi cuerpo y que ilumina todo el universo a mi alrededor.

Y el universo está formado por palabras en lugar de nubes que flotan y yo floto entre ellas, y de vez en cuando se acumulan y caen sus letras poco a poco hacia el suelo, y yo caigo con ellas. Pero el suelo no llega nunca, porque las letras forman palabras y a las palabras se las lleva el viento, y yo quedo suspendida en el aire, en medio de la nada. Pero la nada de repente es un todo y mi cuerpo se desintegra y los átomos que me componen se alejan para formar parte de todo lo que me rodea.

No tengo cuerpo, pero yo siento cosquillas por todas partes y tengo ganas de reír, y río y estoy feliz porque todo es maravilloso. Todos me quieren y yo los quiero a todos y todos quieren tocarme y besarme y me dicen lo alucinante que soy y yo les abrazo y les beso. Y el mundo es perfecto y todos ríen conmigo y sólo se oye el sonido de nuestras risas y nos queremos tanto que nos fundimos en un abrazo interminable.

Pero luego despierto y recorro el piso y no estás, y la felicidad escapa de mi cuerpo en forma de pequeñas lágrimas saladas.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Celebración


Pum-pum, pum-pum, pum-pum.

El ritmo de su corazón se iba acrecentando a medida que sus pasos le acercaban a su destino. Notaba el latido palpitando en sus oídos, tensándole el estómago y dándole ganas de vomitar. Las manos le temblaban tanto que tuvo que pararse un momento para encenderse un cigarrillo. Sabía que su reacción estaba siendo exagerada, pero no podía evitarlo y deseó haberse tomado algo bien cargado antes de salir.

Cuando llegó, ella ya estaba esperando. Llevaba un vestido rojo bastante escotado y estaba espectacular, y él sintió que las fuerzas le flaqueaban. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no apartar de un manotazo todo lo que había sobre la mesa y tirársela allí encima, con todo el mundo mirando. Pero entonces ella sonrió con dulzura, y eso fue como una ducha de agua fría; aquello tenía que terminar.

Durante la cena, él estuvo bastante ausente pensando en la mejor manera de enfocar el asunto, como si no lo hubiera hecho suficientes veces ya. Vaciando una copa tras otra, fumando un cigarrillo tras otro. Ella, como es natural, apenas se dio cuenta, tan ensimismada como estaba en sus ya habituales monólogos. Dios, qué ganas tenía de salir corriendo de allí.

Al final, el momento llegó. Habían pedido la cuenta y ella empezaba a plantear el tema de siempre. Que tenían que afianzar su relación. Que viviendo juntos se verían más y estarían más unidos. Que sus padres les ayudarían con los gastos. Que no se preocupara, que ella se encargaría de todo. Que estaba muy ilusionada con la idea… Que era lo mejor para los dos…

Pero aquella vez él la cortó. El vino había hecho su efecto y se sentía con fuerzas para cualquier cosa. Y se lo dijo. Que la quería, pero que aquello no estaba funcionando. Que no era por ella, sino por él. Que se habían conocido en el momento equivocado; que él apenas tenía tiempo para su carrera, para descansar de vez en cuando de la rutina diaria, para ver a sus amigos. Que durante las últimas semanas había estado pensando que debía priorizar no lo que quería, sino lo que era más adecuado para él. Que necesitaba espacio... Que era lo mejor para los dos...

Ella le tiró el resto de su copa en la cara justo cuando llegaba el camarero con la cuenta y se fue, sin decir una palabra.

Él saboreó las gotas de vino que resbalaron por sus labios y de repente lo encontró delicioso. Decidió pedir una botella para llevar y así poder brindar aquella noche por su recién renovada libertad.

domingo, 10 de febrero de 2008

Encuentro



Estuve de acuerdo cuando dijiste que era hora de que nos conociéramos. Tampoco rechacé la idea de que fueras tú quien lo organizara todo: sabía de sobras que eras un perfeccionista y tú conocías de sobra también lo mucho que me gustan las sorpresas. Lo único que acordamos fue que sería en algún lugar neutral, lejos de tu ciudad y de la mía, que nos permitiera desconectar de la rutina diaria.

Así pues, tenía que estar preparada para cualquier cosa; para deshacer planes si era necesario, para dejar mi vida en suspensión durante el tiempo que tú considerases oportuno. Por eso, he de decir que no me pilló del todo desprevenida tu llamada a la salida del trabajo el viernes, diciendo que en tres horas debía coger un vuelo rumbo a Praga. Tuve el tiempo justo de meter cuatro cosas en una pequeña bolsa de viaje y salir corriendo.

El avión llegó unos minutos antes de la hora prevista, y tú no tardaste mucho en volver a llamar. Tu propuesta era tomar una copa en algún lugar tranquilo, y me pareció perfecto: era mejor no forzar las cosas; era mejor alimentar el deseo el tiempo necesario para que nuestros sentidos se recrearan con la compañía de la persona tanto tiempo esperada, y que nuestras mentes se abstrajeran en paranoias lujuriosas sobre lo que podría venir a continuación. A veces nada era mejor que dejar libre la imaginación durante unas horas.

Quedamos a medianoche en la plaza de la Ciudad Vieja, junto al reloj astronómico. La primera vez que nos veríamos cara a cara y sería rodeados de turistas. Quien sabe, quizás apareciéramos en alguna de sus fotos. O tal vez, al vernos, alguien pensaría que éramos una pareja de amigos que han estado mucho tiempo sin verse. Sólo tú y yo sabríamos que, debajo de todas las apariencias, se escondía un violento deseo que recorría nuestros cuerpos.

Llegué a la plaza a la hora exacta, justo cuando la campana del ayuntamiento anunciaba las 12. Al llegar junto al reloj, me fijé durante unos segundos en la belleza de sus formas. También admiré la grandiosidad de la plaza y caí en la cuenta de que en apenas un parpadeo había aterrizado en la que se iba a convertir en una ciudad mágica. Pero pronto desperté de mis ensoñaciones, y ni el reloj ni la plaza eran mi prioridad en aquellos momentos.

Miré a mi alrededor, a la plaza casi vacía, y no tarde mucho en vislumbrar tu silueta, que reconocí al instante. Y, por la expresión de tu cara, tú también supiste quien era yo y que ya te había reconocido. Tantas intimidades, más o menos ebrias, susurradas vía telefónica durante nuestras solitarias madrugadas ayudaban a hacerse una idea de la persona con quien se estaba hablando. Tantos gemidos de placer intercambiados cibernéticamente ayudaban bastante a conocer en profundidad al otro; tan profundamente que no era necesario el aspecto físico para reconocernos. Aunque los dos sepamos que la atracción física es algo indispensable. La verdad, no sé qué habría pasado si la primera impresión hubiera resultado decepcionante pero, por suerte, no se dio el caso: ambos notamos una fuerte atracción cuando tan sólo nos separaban unos pasos; un leve cosquilleo en el bajo vientre cuando nos dimos los dos besos de rigor.

La luna se alzaba sobre las cúpulas de la iglesia de Tyn, augurando una noche prometedora.

sábado, 2 de febrero de 2008

Querido desconocido


Me despierto sobresaltada y miro el reloj. Son las 0.54 y el sonido de una ambulancia rompe el silencio de la noche. Pero no ha sido eso lo que me ha despertado.

Me acomodo bajo las sábanas mientras mi corazón vuelve a latir a un ritmo normal. Ya se ha perdido la conexión, pero mi cuerpo tiembla al recordarla. Sé que tú la has sentido también, querido desconocido.

Han sido tan sólo unos segundos, pero era una sensación tan intensa que podría jurar que ha durado horas. Durante esos instantes, éramos uno... Sí, ya sé lo que debes pensar, que son imaginaciones mías, ensoñaciones fantasiosas de mi mente obsesiva... pero párate un momento y piénsalo mejor. Estoy segura de que tú has sentido lo mismo: que estabas dentro de mí a la vez que dentro de tu propio cuerpo y que confundías tus propias percepciones con las que captaban mis sentidos adormecidos; que tenías a tu disposición cada uno de mis más oscuros pensamientos...

¿Lo recuerdas ahora? Deja tu escepticismo de lado; en el fondo sabes que no ha sido tan sólo un sueño. La sensación escalofriante de sentir como una docena de mariposas recorren el interior de tu cuerpo como si éste estuviera hueco a la vez que todas tus terminaciones nerviosas se sensibilizan, captando el más leve roce; la sensación de estar en dos lugares distintos al mismo tiempo, inmerso en un torbellino de emociones propias y ajenas... No, los sueños no son de ese modo.

Pero la cosa no acaba aquí. Tú no lo sabes, pero el caso es que soy una jodida bruja clarividente y también sé lo que sientes ahora, en este mismo instante. Puedo ver la confusión en tu rostro, así como el casi imperceptible temblor de tus manos sobre el ratón y el leve cosquilleo que eriza el vello de tu nuca... Veo también el asomo de erección que se oculta bajo tus pantalones, así que no trates de ocultarla.

No te asustes, querido desconocido. Tan sólo aguarda a la llegada de la noche y duerme... Yo te estaré esperando.