lunes, 8 de septiembre de 2008

La habitación de los secretos (II)


Abrí los ojos lentamente, luchando contra el cansancio que hacía que mis párpados pesaran toneladas. Notaba como la cabeza me daba vueltas y pensé que debía ser de noche, pues mis pupilas sólo captaban la oscuridad más absoluta. Tenía el cuerpo dolorido y entumecido, así que intenté recordar qué estaba haciendo antes de despertarme en aquel lugar para averiguar qué había pasado, pero la fatiga pudo conmigo y caí dormida de nuevo.

Cuando desperté por segunda vez, me encontraba en el mismo sitio, o eso creía yo, aunque lo primero que noté fue que tenía las manos y piernas fuertemente atadas. Tal vez también las tenía de ese modo la última vez que estuve consciente, pero el cansancio me habría impedido notarlo. Traté de liberarme con todas mis fuerzas, pero las muñecas y tobillos comenzaron a escocerme del roce y las cuerdas o lo que sea con lo que estaba atada no se destensaron ni un ápice. Intenté gritar, pero una mordaza me cubría la boca. Desesperada y asustada y habiendo agotado todas las posibilidades, sólo me quedó sollozar en silencio.

Cuando me serené, mis ojos ya se habían acostumbrado a la penumbra y vi que estaba en una habitación aparentemente vacía, por la que entraba algo de luz a través de las rendijas de la persiana y por debajo de la puerta. Fuera, se escuchaba el sonido de la calle, como si estuviera confinada en alguna habitación de cualquier piso de los muchos que abarrotaban la enorme ciudad en la que vivía. O cualquier otra ciudad, puesto que no podía asegurar con certeza dónde me encontraba.

Presa del pánico, intenté liberarme de nuevo, pero por más que forcejeé con los brazos, piernas, y hasta con la boca para retirar la tela que me la cubría, lo único que conseguí fue moverme un poco de sitio. En vista de mi escaso éxito, decidí tantear un poco mi alrededor para ver si encontraba algún objeto que pusiera algo de luz en aquella situación.

Con la limitación de movimientos provocada por las ataduras, serpenteé por el suelo y descubrí que me encontraba en un cuarto completamente vacío, sucio, pues varias veces el polvo acumulado en el suelo me hizo toser, y bastante pequeño. Estaba tumbada de lado, mirando la luz que entraba por la ventana y preguntándome qué iba a pasar a continuación, cuando escuché algunos ruidos demasiado cercanos para que procedieran de la calle.

Ahora parece absurdo, pero en aquel momento todavía no me había planteado que si estaba en aquel lugar y en aquella situación era porque alguien se había encargado de que así fuera. No pude pensar en ello mucho más, porque poco después se abrió la puerta a mis espaldas y, paralizada por el miedo, creí escuchar algo que era imposible que fuera realidad. Y entonces comprendí mi situación y el miedo se transformó en terror mientras se iba acercando hacia mí aquella voz escalofriantemente familiar…

1 comentario:

Anónimo dijo...

guau!!!...
demasiado buena la historia...igual de terrorifica que la primera parte...ya quiero saber como sigue...

saludos,y gracias por pasar por mi blog...:)