miércoles, 28 de enero de 2009

El cura (I)


María no podía creer en su mala suerte.

Vivía en un pequeño pueblo perdido en la llanura de la estepa castellana, con la única compañía de su familia, los cuatro viejos que aún resistían al invierno y algunas gallinas. Las pocas casas de piedra que había se caían a pedazos y la carretera más cercana era un camino de tierra que se convertía en un auténtico barrizal cuando caían cuatro gotas. María tenía dieciséis años y una vieja televisión que, cuando funcionaba, le decía que fuera de allí estaba todo lo que cualquier adolescente como ella habría deseado en la vida en lugar de tener que soportar aquella tortura.

Se pasaba las horas perdidas por los alrededores, caminando por parajes que conocía de memoria mientras pensaba una y otra vez en el momento en que por fin podría largarse de aquel lugar. María no era tonta: sabía que no tenía dinero ni otro sitio adonde ir pero, a veces, la desesperación amenazaba con ser más fuerte que cualquier asomo de sensatez que cruzara por su cabeza.

Pero, en una luminosa mañana de finales de enero, María olvidó de repente que alguna vez hubiera tenido intención de marcharse.

El padre Eufocilio, el nonagenario párroco del pueblo, llevaba varios días sin poder ofrecer misa debido a un empeoramiento de su artrosis. Así que, debido al gran sentimiento religioso de la pequeña comunidad – y a que los cuerpos de dos ancianos esperaban a ser enterrados –, se había solicitado el traslado temporal de otro cura que sustituyera al convaleciente.

Y así fue como María, que nunca se había interesado en Dios ni en la Iglesia, desarrolló una fe tan repentina que su madre se creyó en presencia de un auténtico milagro. Pero la verdad es que la razón estaba mucho más cerca, y se encontraba en el estallido hormonal que se había desatado en María al ver al nuevo párroco de la iglesia.

Si María hubiera tenido un príncipe azul, sin duda hubiera sido como aquel atractivo hombre de sonrisa amable y grandes ojos pardos. Acudía todos los días a misa para verse envuelta en aquella voz que resonaba en las viejas paredes de la iglesia y que le llenaba el estómago de mariposas. Cuando la misa acababa, observaba como él rezaba, o leía, o conversaba con alguien, siempre perdida en un mar de ensoñaciones de color de rosa.

Pero, como todo sueño, aquél también tenía su fin. Pronto corrió la noticia de que el padre Eufocilio se estaba recuperando y que el joven párroco tenía los días contados en el pueblo. María, atemorizada por no poder verlo más, preguntó a algunos vecinos y descubrió que el joven cura vivía en un antiguo convento no demasiado lejos de allí. Así que, con la valentía de los que no tienen nada que perder, comunicó a sus padres que había decidido hacerse novicia y trasladarse a vivir al convento de Nuestra Señora de los Concupiscentes Onanistas.

Un mes después, María era presentada a sus nuevas compañeras y acomodada en su nueva residencia. Y, a pesar de que los hábitos no resaltaran precisamente su feminidad o que la comodidad de su colchón fuera más bien nula, en aquel momento no se habría cambiado por nadie en el mundo.

miércoles, 14 de enero de 2009

Boom


Boom! - System Of A Down


La amenaza de bomba atómica despertó nuestras mentes aletargadas por la rutina diaria. Estábamos inmersos en uno de los inviernos más fríos de los últimos años, y las multitudes que por estas fechas solían aglomerarse en tiendas y centros comerciales para dar rienda suelta a su lujuria consumista habían desaparecido de las calles.

Los más ágiles y afortunados, es decir, los que habían encontrado un billete de avión cuyo piloto no estuviera en huelga, habían huido hasta la otra punta del mundo escapando de la amenaza de radiactividad. Los más ilusos se atrincheraban en sus casas tapiadas con una reserva de comida envasada y enlatada, confiando en que allí estarían seguros. Los más escépticos pensaban que aquello tan sólo era un rumor propagado por El Corte Inglés para poder aumentar los precios de los productos de primera necesidad sin que la gente pudiera evitarlo, pero abandonaban la ciudad, sólo por si acaso. De los dirigentes del país y aquellos que debían permanecer en él para proteger a sus habitantes nadie sabía su paradero.

Heliodoro y Ramona no estaban en ninguno de estos casos.

Heliodoro y Ramona eran una pareja extraña en varios sentidos. Vivían en una vieja fábrica abandonada de las afueras de la ciudad y sus ingresos eran algo irregulares, aunque nunca les faltaba de nada. Heliodoro seducía a adolescentes de clases más privilegiadas para luego robarles la virginidad y las tarjetas de crédito. Ramona seducía a viejos ricachones para luego robarles la dentadura y el plan de pensiones. Después introducía las dentaduras en pequeños botes de cristal esmerilado que jugaban con la luz y creaban una atmósfera de lo más acogedora en las distintas estancias de su hogar.

Pero, como decía, Heliodoro y Ramona escucharon la amenaza de bomba atómica por la radio, y la noticia levantó en ellos un cierto interés. Pero no por la muerte, la destrucción o el pánico generado, sino porque las amenazas de bomba les ahuyentaban a la clientela. Inquietos por las vicisitudes de su destino, se preguntaron qué es lo que debían hacer a continuación. Heliodoro opinaba que debían aprovechar aquella maravillosa oportunidad y permitirse el lujo de unas pequeñas vacaciones. Ramona, en cambio, lo vio como una señal divina que decía que, después de todos aquellos años de sudor y esfuerzo para ganarse el pan, aquel era el momento idóneo para formar una familia. Heliodoro, en un principio, pareció horrorizado con la escalofriante idea de tener un mocoso llorón en casa, pero el repentino instinto maternal de Ramona – así como su inmejorable destreza en las artes amatorias – pronto le hicieron cambiar de opinión.

Y así es como, unos meses después, Heliodoro y Ramona fueron padres de un precioso niño de tres ojos, siete dedos en cada mano y tres en cada pie y una pequeña y graciosa colita puntiaguda. Y como querían que su pequeño creciera en un ambiente multicultural, decidieron ponerle el bonito nombre de Hiroshima.

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Son otras guerras pero, al fin y al cabo, son todas iguales.

viernes, 9 de enero de 2009

Vacaciones navideñas (V)


Muchas veces pienso en aquella noche y me digo a mí misma que tendría que haber notado que algo raro estaba pasando. Que tendría que haber hecho más caso a las palabras de mi amiga, aunque en aquel momento no supiera lo que significaban. Que tendría que haber relacionado una cosa con la otra, y haberme largado a la primera oportunidad. Pero sé que mi sentido común estaba totalmente sepultado bajo un enjambre de hormonas que rezumaban por todos los poros de mi piel, y que nada podría haber hecho para evitar lo que ya era inevitable.

Aunque, realmente, lo único que podría haberme prevenido de lo que iba a pasar fueron sus preguntas mientras íbamos de camino a su casa. No sé cómo llegamos hasta ahí, pero el caso es que acabamos hablando sobre el futuro y la familia, y él se interesó especialmente en si yo había pensado en, algún día, formar una. A pesar de que la pregunta me pareciera un tanto extraña para tratarse de una conversación pre-polvo-sin-compromiso, hice caso omiso a mis sospechas y pensé que (¡por fin!) había topado con un hombre maduro que buscaba una relación seria. Luego recordé que, según mi amiga, era un Padre, y pensé que quizás eso significaba sencillamente que quería formar una familia en el futuro.

De todas formas, no pude pensar en ello mucho más, pues al salir del coche nos abalanzamos el uno sobre el otro y todos mis pensamientos se perdieron en el océano de pasión que inundó cada rincón de mi cuerpo.

No voy a decir que nos pasáramos toda la noche follando como unos adolescentes calenturientos, ni que el único polvo que echamos fuera el mejor de mi vida. Pero, aún así, no estuvo nada mal y sirvió para calmar en gran medida el fuego que me quemaba por dentro. Pero aquí se acabó lo bueno ya que, poco después de acabar y cuando nuestras respiraciones volvieron a su ritmo normal, él comenzó a vestirse y, despreocupadamente, me lanzó una pregunta que me dejó perpleja: ¿cuándo fue la última vez que te bajó la regla? Lo dijo así, bruscamente, y en lo primero que pensé fue en mi ginecólogo preguntándome eso mismo mientras hurgaba entre mis piernas. Algo turbada, le contesté que hacía unas dos semanas y él asintió, esbozando una sonrisa que no serenó la inquietud que había empezado a apoderarse de mi cuerpo. Le observé mientras acababa de vestirse, y después se acercó a mí y me dijo que esperaba verme pronto. Me besó y se fue.

Yo me quedé unos minutos tal como estaba, todavía sin entender nada. ¿Por qué se iba de su propio piso? ¿Y por qué me dejaba allí? ¿Tenía acaso que quedarme y esperarle? Hecha un mar de dudas, me vestí también y curioseé un poco las demás habitaciones, mientras pensaba en si me iba a quedar a esperarle o no. Pero aquello no hizo más que aumentar mi intranquilidad ya que, a parte de la habitación en la que habíamos estado, aquel piso estaba apenas amueblado y no había ningún objeto personal por ninguna parte. Abrí los pocos armarios y cajones y comprobé con horror que estaban vacíos, así que decidí largarme de allí en cuanto antes.

Pero al posar la mano sobre el pomo de la puerta principal supe, antes incluso de girarlo, que ésta iba a estar cerrada con llave. Y no me equivocaba. La forcé sin éxito y luego lo intenté también con las ventanas, que estaban atrancadas. Pensé en romper el cristal, pero aunque hubiera encontrado algún objeto suficientemente contundente como para hacerlo, estaba en un decimoquinto piso. ¿Qué iba a hacer?


Han pasado ya tres años de todo aquello pero aún puedo sentir el miedo y la desesperación que me acompañaban en aquellos angustiosos momentos. Ahora sé que aquel piso es uno de los muchos picaderos a donde los Padres llevan a sus nuevas conquistas. Después del coito, éstas son trasladadas a una Unidad de Observación, donde pasan unos días bajo vigilancia para que no puedan herirse a sí mismas o a sus compañeras. Las que dan positivo en el test de embarazo son de nuevo trasladadas a un Centro de Crianza, su nuevo hogar para el resto de sus vidas. A las pocas que no quedan encintas se las deja marchar.

Yo no fui de estas últimas, sino que quedé embarazada y nueve meses después me convertí en una Madre. Aquí me han hecho ver que soy muy afortunada ya que, a pesar de no poder salir ni saber nada del mundo exterior, las otras Madres son toda la familia que necesito y junto a ellas soy uno de los motores que hacen crecer este bello país. Ahora no entiendo la angustia que sentí en mis primeros días aquí, pues vivo tranquilamente cuidando de mis dos niñas y esperando a que, una vez al año, un Padre venga a satisfacer mis ansias de sexo. Aunque, en los segundos inmediatamente anteriores al orgasmo, siempre me pregunte si ahí fuera no habrá algo más…

martes, 6 de enero de 2009

Vacaciones navideñas (IV)


Pasamos parte de la noche en una fiesta en casa de unos conocidos de mi amiga. Las primeras horas estuvieron dedicadas casi en exclusiva a comentar la Predicción de Año Nuevo, en las que cada uno explicaba su experiencia y la comparaba con las de los años anteriores. Al parecer, allí era de lo más normal del mundo el tirarte a un desconocido los primeros minutos del año, sin importar si tenías pareja o la persona que te hubiera tocado fuera un viejo decrépito. La cuestión era comenzar el año con la mejor emoción posible, el orgasmo, y esperar a que el resto del año continuara en esa línea.

Cuando me tocó mi turno, tuve que inventarme unos cuantos detalles para dar verosimilitud a mi historia, que mi amiga iba traduciendo para sus amigos. A pesar de la extraña situación, en aquel momento me sentí más aislada que nunca, y no precisamente por el idioma. Deseaba fervientemente haberme abalanzado sobre algún desconocido y empezar el año de esa forma tan poco común. Y no sólo por la historia de la predicción o por no tener que mentirle a toda aquella gente, sino porque a aquellas alturas de la noche, y después de todo aquel halo de sexualidad que me había rodeado desde que había llegado a aquel lugar, deseaba hacerlo. Estaba loca por hacerlo.

Así que ése fue mi propósito para aquella noche de año nuevo: follarme a alguien. Mi nueva determinación me hizo mirar a los hombres de una forma diferente y aquello no pasó desapercibido para mi amiga. De hecho, parecía mostrarse encantada con la idea. Pero cuando le señalé a un hombre que me pareció particularmente atractivo, la expresión de su cara cambió de repente y me dijo que con él era imposible porque era un padre. Yo no entendí que quería decir con eso de que era un padre, porque además lo dijo como si fuera Padre y no padre, y eso me inquietó un poco. Estaba a punto de preguntarle sobre ello cuando noté que alguien me daba unos golpecitos en el hombro y ella puso cara de terror y se marchó, no sin antes susurrarme la palabra: ¡huye!

Me giré totalmente perpleja y allí estaba él, el Padre, sonriéndome con una dentadura perfectamente blanca y alineada. Cuando comprobó que no conocía el idioma pasó al inglés, y estuvimos conversando un rato sobre mi estancia en aquel lugar. Mientras más hablaba con él, más confundida me sentía con respecto a mi amiga, pues parecía un hombre muy divertido y simpático. Tan cómoda me sentía que cuando me sugirió que por qué no íbamos a su casa, me pareció una gran idea. Mis hormonas empezaron a dar tales saltos de alegría que, cuando busqué a mi amiga con la mirada y no la vi, decidí pasar de ella y llamarla más tarde.

Mientras salíamos, noté que todos los ojos femeninos se posaban en nosotros y me sentí agradablemente envidiada. Aquello no hizo más que exaltar mi ánimo ya suficientemente entusiasta, y me costó sudor y esfuerzo no bajarle la bragueta en aquel mismo instante y montar allí mi particular Predicción de Año Nuevo.

viernes, 2 de enero de 2009

Vacaciones navideñas (III)


Y, como decía, Noche Vieja llegó por fin. Mi amiga había decidido que diéramos la bienvenida al nuevo año desde uno de los principales parques de la ciudad, donde habían colocado una pantalla gigante para retransmitir la Cuenta Atrás, que es como se denominaba lo que nosotros simplificamos con eso de las campanadas. Su pareja dijo que no nos acompañaría, pues a él las muchedumbres le agobiaban, y que nos encontraríamos más tarde.

Así que allí estábamos las dos, enfundadas en nuestras mejores galas y encogidas bajo nuestros abrigos, esperando impacientes a que llegara la hora punta. Mientras hacíamos tiempo, hablamos de todo un poco y de nada en particular, y en un momento dado mi amiga me comentó que durante la Cuenta Atrás y los momentos inmediatamente posteriores aquello pasaba a ser un absoluto caos y que no me asustara y me dejara llevar por la euforia general. Yo asentí, imaginándome la típica escena que captan las cámaras de televisión en la Puerta del Sol cada año, pero nada me había preparado para lo que tendría que venir a continuación.

Todo fue normal al principio: desde la enorme pantalla, un atractivo hombre de esmoquin y una bella joven de curvas imposibles empezaron a comentar con alegría la llegada del nuevo año (o eso supuse yo, pues no entendía una sola palabra de lo que decían). Detrás de ellos, un enorme reloj iba contando los segundos que quedaban hasta las 12 en punto, y mi amiga me comentó que las celebraciones empezaban cuando faltaba un minuto exacto. El ruido que hasta hacía unos segundos había reinado en el parque se serenó hasta ser casi un murmullo, mientras la gente miraba expectante las manecillas que marcarían el final del año. Y, entonces, justo cuando marcaban las 23.59, comenzó la odisea.

Tardé un rato en comprender lo que estaba pasando a mi alrededor. De repente, todos se habían abalanzado los unos contra los otros y los empujones y gritos no me dejaban ver nada. Entonces me fijé en que mi amiga no estaba sola, sino que se estaba besando apasionadamente con un hombre que yo no conocía. Unos segundos después, éste le subía el vestido y la alzaba, y ella rodeaba su cintura con las piernas y empezaba a balancearse rítmicamente. Miré a mi alrededor y eso fue lo que vi por todas partes: parejas, tríos e incluso grupos de personas practicando el sexo de manera frenética y descontrolada. Mientras giraba sobre mí misma, estupefacta, y gemidos de todas las clases inundaban mis oídos, vi parejas estrambóticas, posturas semiacrobáticas y todo con un lujo de detalles que mis pupilas habrían preferido obviar. Busqué la pantalla para intentar adivinar por qué estaba pasando todo aquello y comprobé que los presentadores también daban rienda suelta a su lujuria, mientras el reloj seguía marcando el tiempo a sus espaldas.

Observé la escena unos segundos más, embobada, hasta que los presentadores acabaron y comenzaron a brindar mientras se recomponían la ropa y el peinado. La gente en el parque iba acabando también, pues comenzaban a separarse y a desearse feliz año nuevo (que sonaba como trinquin treis, o algo así) como si no hubiera pasado nada. Mi amiga también le deseo feliz año a su hombre, y luego me lo deseó a mi también, mientras me preguntaba que qué tal había sido mi primera experiencia. No recuerdo exactamente qué fue lo que le dije, pero ella lo tomó como que no había estado nada mal y me felicitó, comentando que su primer fin de año era algo que prefería olvidar.

Cuando la gente empezó a dispersarse, nosotras lo hicimos también, pues habíamos quedado con su pareja y unos amigos a unas manzanas de allí. Mientras nos alejábamos comentó que estaba deseando saber qué tal les había ido a ellos pues, según supe más tarde, la tradición decía que los primeros minutos del año pronosticaban la evolución de dicho año, y era algo que la gente se tomaba muy en serio. Según esa tradición, pues, a mí aquel año no me presagiaba nada bueno.

Y, más adelante, pude comprobar que no se equivocaba.