martes, 30 de diciembre de 2008

Vacaciones navideñas (I)


Subí al avión de las primeras, y en cuanto encontré el número de mi asiento – en las últimas filas, en la privilegiada posición inmediatamente contigua a la ventana – me acomodé lo mejor que pude y me dispuse a dejarme llevar por los designios de mi buen amigo Morfeo.

Parece ser que el Valium que me había tomado antes de salir había hecho su efecto, pues desperté cuando el piloto anunciaba por megafonía que habíamos llegado a nuestro destino. Me froté los ojos, sintiéndome como si tan sólo hubiera dormido unos minutos en lugar de las casi ocho horas que estaba previsto que duraría el vuelo.

Salí del avión de las últimas, pues de haber podido escoger habría seguido acurrucada allí, debajo del calor de mi abrigo, durante todo el tiempo del mundo. Finalmente, cuando me pareció que las azafatas empezaban a lanzarme miradas hostiles, me apeé del avión y me dirigí a la zona de recogida de equipajes. A la salida, vislumbré a mi amiga esperándome en primera fila y con una sonrisa en los labios.

A pesar de los años que hacía que no nos veíamos, estaba tan guapa como siempre. Alta y espigada, con su melena larguísima y ligeramente rojiza y sus enormes ojos negros, siempre acaparaba todas las miradas allá donde íbamos. Recuerdo que, de adolescentes, yo solía acompañar sus elegantes zancadas con mis diminutos pasitos, pues ella me sacaba una cabeza, admirando la naturalidad con la que afrontaba su belleza. No es que sea taaan guapa, – solía decirme cuando salía el tema –, es sólo que las demás os creéis que sois muy feas. Nunca estuve muy de acuerdo sobre la primera parte, pero ahora apostaría algo a que tenía razón en la segunda.

El caso es que, como toda buena amiga que se precie y a pesar de que seguramente tenía los ojos tan hinchados como pelotas de tenis, alabó mi buen aspecto y se mostró encantada de que por fin me hubiera decidido a ir a visitarla. Lo cierto era que había tenido que buscar el país en cuestión en un mapamundi (aunque todavía no estaba muy segura de haberlo encontrado correctamente) y hubiera preferido que fuera a visitarme ella, pero a la vista de unas mini vacaciones navideñas, sin nada más que hacer que comprar la primera tontería que encontrara a unas personas que apenas se acordaban de mí durante el resto del año, me pareció razón suficiente como para un cambio de aires. Así que allí estaba, en ¿Klappska? ¿Klepssan? ¿Klabbshan?, con toda una semana por delante para relajarme – o, al menos, intentarlo –.

Salimos del aeropuerto y la claridad del día se clavó como un puñal en mis pupilas, todavía nubladas por el sueño. Cuando me acostumbré a la luz, seguí a mi amiga hacia la parada del autobús, que no tardó más de treinta segundos en aparecer delante de nuestras narices. Entre las dos subimos la maleta y nos acomodamos al final del vehículo, mientras el conductor pisaba el acelerador y nos alejaba del aeropuerto, adentrándose en el extraño paisaje que me daba la bienvenida a las que serían las más extrañas vacaciones de toda mi vida.

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