viernes, 26 de diciembre de 2008

Presentimiento


Los párpados le pesaban toneladas pero él estaba determinado a aguantar despierto una noche más, pues tenía la certeza de que si se dormía no volvería a despertarse.

Era algo que se le había ocurrido de repente, tres días atrás. Aquel día había trabajado en turno de jornada intensiva y, ya en casa y después de comer, se había acomodado en el sofá dispuesto a echar una cabezadita. No tardó mucho en dormirse, pero despertó tan sólo unos minutos después, al notar un molesto dolor de estómago. Y desde entonces supo que aquello había sido un aviso, y que en cuanto sucumbiera al sueño de nuevo ya no habría marcha atrás.

Así que, los últimos tres días con sus tres noches correspondientes los había pasado despierto, a base de las tazas de café que le preparaba su mujer mientras murmuraba que todo aquello era una tremenda tontería. Pero él seguía en sus trece y confiaba absolutamente en su presentimiento.

De todas formas, aquella tarde de viernes estaba siendo realmente dura. El exceso de café había empezado a pasarle factura y las visitas al baño cada vez eran más frecuentes y duraderas, y las pastillas de cafeína que había comprado en la farmacia aquella mañana no parecían hacer demasiado efecto. Si supiera donde comprar anfetaminas sería otra cosa, pensaba para sus adentros.

Además había que sumarle las comidas familiares de los últimos días, que no hacían otra cosa que aumentar su agotamiento. Aquella noche en particular su mujer se acostó temprano, y él se quedó solo con el mando a distancia y la lluvia que repicaba contra las persianas. A pesar de sus esfuerzos, sus párpados caían una y otra vez y el escozor de sus ojos era insoportable. También el sonido rítmico de las gotas de agua parecían actuar como somnífero, y pronto su determinación fue vencida y sus músculos se relajaron, dejando caer el mando a distancia al suelo. Tal era su extenuación que ni tan siquiera lo oyó, aunque sí su mujer, que se levantó de la cama para ver qué había pasado.

Cuando se asomó al comedor lo observó durante unos segundos, mientras dormía silenciosa y profundamente. Después, fue a la cocina y vertió el resto del matarratas en la cafetera medio llena y lo removió con una cuchara. Finalmente, volvió al comedor y lo observó de nuevo, considerando el despertarlo o dejarlo descansar un poco. Se decidió por esto último mientras volvía a la cama, pues era una mujer paciente y no le importaba esperar unos días más.

Su último pensamiento antes de dormirse aquella noche fue hacia su pobre marido que, al fin y al cabo, había demostrado ser más perceptivo de lo que ella nunca habría imaginado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que relato tan cruel,aunque bastante bueno...

h leido otros mejores en este sitio pero aun asi es muy bueno...

saludos...

Numb dijo...

Jajaja gracias por tu sinceridad, belen; intentaré hacerlo mejor en el siguiente ;)