viernes, 12 de diciembre de 2008

La gran noche (II)


Estaba planteándose el pedir su segundo Martini de la noche mientras apuraba las últimas gotas del primero. No es que le gustara mucho esa bebida en concreto, pero al acercarse el camarero para saber lo que iba a pedir no se le había ocurrido otra cosa. Aquello salía en las películas, pensó, tiene que estar bien. De todas formas, después del vino ingerido – y que ya empezaba a luchar por querer salir – el paladar se le había insensibilizado, y había vaciado su copa como si tan sólo fuera un vaso de agua.

Mientras se pensaba lo de la bebida, hizo una pequeña excursión por el local en búsqueda del servicio, concentrándose en mantenerse en pie sobre los tacones. Cuando llegó de nuevo a su asiento en la barra, un nuevo Martini la esperaba. Miró al camarero, interrogante, y éste le indicó con una sonrisa que mirara hacia atrás. Ella se giró y vio a un hombre sentado en una de las mesas, que la saludaba con su copa en alto. Sin pensarlo dos veces, cogió su bolso y se dirigió con determinación a la silla vacía a su lado, pues no le apetecía pasar el resto de la velada sola.

Justo antes de sentarse se le ocurrió que aquella situación era como en las películas: el atractivo y rico soltero que invitaba a una copa a la solitaria mujer de la barra como forma de romper el hielo. Después de una noche maravillosa y de la lucha por seguir adelante pese a sus diferencias, acabarían viviendo juntos y felices el resto de sus vidas. Una sonrisa se asomó a la comisura de sus labios mientras miraba interesada al supuesto amor de su vida y éste la miraba con igual interés a ella.

De lejos, le había parecido mayor que ella, y ahora de cerca podía confirmar su presentimiento. Aparentaba unos 50, aunque aún se veían franjas oscuras en su cabello grisáceo y sus ojos claros expresaban jovialidad. Parecía un hombre sencillo que tan sólo buscaba un poco de charla y, puesto que sus habilidades conversacionales se habían desarrollado considerablemente debido al alcohol, el plan le pareció buena idea.

De todas formas, pronto empezó a notar que las intenciones de su acompañante no eran tan inocentes como en un principio había pensado. El local se había llenado y se habían tenido que acercar el uno al otro para hablar, pero poco después la mano de él se posó sobre su espalda, acariciándola suavemente. A ella le sorprendió el hecho de que no le molestara; es más, cuando la mano cambió de posición y se colocó en su pierna, una parte de ella deseaba que no se apartara.

Cuando quedó claro entre ellos que sus intenciones eran compartidas, él sugirió acompañarla a casa en su coche. Un hormigueo recorrió su estómago cuando pensó en lo que podrían hacerle aquellas manos expertas, tan intenso que apenas notó el frío cuando salió a la calle cogida de su brazo.

1 comentario:

Southmac dijo...

Debe de ser porque te gusta el romanticismo oscuro...