lunes, 15 de diciembre de 2008

La gran noche (III)


Se despertó sola en su cama y con un intenso dolor que taladraba cada rincón de su cráneo. Le hicieron falta más de quince minutos para abrir los ojos, levantarse e ir a la cocina a tomarse una aspirina. Mientras lo hacía, intentó recordar qué había pasado la noche anterior para haber acabado en aquel estado. Recordó las botellas de vino, el vestido, su paseo hasta el club, los Martinis… y entonces lo recordó a él y el vello de su nuca se erizó de repente.

En aquel momento, no podría haber explicado con ningún tipo de precisión la sucesión de acontecimientos que tuvieron lugar aquella noche, pero la sensación que él le había dejado había quedado grabada con fuego sobre su piel. Si cerraba los ojos, podía recordar a la perfección sus caricias sobre sus pechos, sus besos sobre su vientre, sus dedos sobre su sexo. El recuerdo era tan intenso que podía revivir toda la noche en aquel mismo instante, y su cuerpo reaccionó como si así fuera.

Embelesada por sus ensoñaciones y mareada por la resaca, volvió a su habitación para tumbarse entre la calidez de sus sábanas, con la esperanza de sentir su olor entre los arrugados pliegues de algodón. Pero al llegar allí y sentarse, se fijó en algo que la desconcertó momentáneamente: encima de la mesita de noche, junto a la lamparilla, había un fajo de billetes. Lo cogió y separó los seis billetes de 50 euros, preguntándose de dónde habría salido todo aquel dinero. No era suyo, de eso estaba segura, y le extrañaba mucho que su marido hubiera dejado tal cantidad allí antes de irse, sin avisarla si quiera. Tardó unos segundos más en darse cuenta de su procedencia.

Fue como si le hubieran dado una patada en el estómago: él, el hombre que le había hecho pasar una noche maravillosa, el que le había hecho olvidar sus doce años de vida conyugal, pensaba que era una prostituta. Dolida y todavía con los billetes en la mano, se devanó los sesos intentando descubrir qué era lo que le podía haber hecho formarse aquella opinión. ¿Su vestido extremado? ¿El hecho de que estuviera en el club sola? ¿El hecho de que hubiera accedido a tener sexo con él? No lo entendía.

Se tumbó en la cama, todavía hecha un lío. Evidentemente, él la había considerado una prostituta de lujo, pues no creía que todas las prostitutas cobraran semejante suma de dinero por cada servicio. Ella, prostituta de lujo, quién lo habría pensado. De repente, el malestar por el descubrimiento dio paso a una carcajada descontrolada. ¿Ella, prostituta de lujo? Se sentía como Pretty Woman. No podía parar de reír.

Y entonces su risa se cortó en un instante. 300 euros. 300 euros por una fantástica noche de sexo con un desconocido. Algo menos de lo que ganaba en las 40 horas semanales que se pasaba en una oficina. Y ella, sin empleo. Miró los billetes de nuevo y una nueva duda aterrizó en su mente: ¿tendría suficiente para un vestido y unos zapatos nuevos? Pues no podía volver al club aquella noche con la misma ropa…

No hay comentarios: