domingo, 22 de julio de 2007

Alicia en el jardín de las maravillas (I)

Alicia se despertó tumbada boca arriba en el asfalto mugriento de una calle desierta. Se incorporó e intentó ubicarse, pero nada de lo que veían sus ojos le sonaba. Era una calle estrecha y sucia, totalmente vacía salvo por algunos coches con pinta de haber sido abandonados hacía mucho tiempo. La carretera estaba cubierta por toda clase de deshechos: desde su posición, Alicia podía ver bolsas, envases, ropa vieja e innumerables objetos que no podía identificar, además de algunos restos de lo que parecían cadáveres de un par de palomas, destrozados seguramente por el paso de algún coche cuando éstos aún se dignaban de pasar por aquel lugar. La calle estaba flanqueada por dos hileras de edificios grises que se caían a pedazos pero, a unos 50 o 60 metros, Alicia pudo ver una especie de verja que desentonaba con el resto del paisaje. Se levantó, y se dirigió hacia allí.

Cuando llegó a la verja, Alicia vio que, a diferencia de todo el mobiliario urbano de aquella calle, ésta era nueva y estaba limpia, como recién pintada, y que cerraba la entrada a lo que parecía un exótico jardín. Era bastante alta, y en la parte superior, unos tridentes amenazadores apuntaban al cielo. Alicia probó suerte y empujó la puerta, y ésta se abrió suave y silenciosamente, así que ella entró y la cerró tras de sí. Cuando había dado apenas unos pasos por el caminillo de tierra que avanzaba serpenteante, una figura masculina apareció a su izquierda, casi de la nada. Era un hombre alto y robusto, de edad indeterminada y cuya cara le resultaba vagamente familiar, y que se plantó delante de ella impidiéndole el paso. Alicia miró sus ojos inexpresivos y el hombre habló con una voz que no denotaba sentimiento alguno, y le dijo: Chúpame la polla. Alicia bajó la vista, y vio como el hombre se desabrochaba los pantalones y sacaba el mencionado miembro, ya en erección. Era grande, oscuro y venoso, y Alicia dudó un instante antes de arrodillarse y comenzar a chupar. Sentía curiosidad por lo que se escondía en aquel extraño jardín.

Empezó lentamente, como siempre lo había hecho, cogiéndola con las dos manos y notando como palpitaba bajo sus dedos. Después, aceleró el ritmo, y notó como la respiración de su dueño se intensificaba. De repente, sintió un súbito impulso que le hizo morder. Mordió con todas sus fuerzas, atravesando la carne con sus dientes, saboreando la sangre caliente que mojaba sus labios y chorreaba por su barbilla. Alicia se apartó cuando el hombre se empezó a desplomar lentamente, con los ojos fuera de sus órbitas y sin hacer un solo ruido, hasta quedar en posición fetal, estremeciéndose y con las manos en su entrepierna destrozada.

En ese momento, Alicia sintió unos pasos y vio acercarse a un anciano arrugado y decrépito, que avanzaba a una velocidad sorprendentemente ágil para su aspecto. Se paró delante suyo y le habló con una voz juvenil y pura, casi musical. Ven conmigo.

Alicia siguió tras los pasos del viejo, mientras éste caminaba por el sendero serpenteante y se adentraba en la espesura de aquel exuberante jardín, ubicado en medio de la nada.

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