lunes, 3 de diciembre de 2007

Noche en vela

Aunque era bastante tarde, subí todavía más el volumen de la televisión. De todas formas, los gemidos que atravesaban las delgadas paredes estaban ya grabados en mi memoria y eran como un eco que martilleaba mis tímpanos una y otra vez.

Mis ojos no emitieron ni una sola lágrima, pero tan solo era porque ya llevaban secos mucho tiempo. Tampoco sentía dolor, pero a veces es preferible el hecho de sentir algo que te haga sentir viva a aquella profunda apatía.

No tenía sueño y mi mente decidía dar muestras de su lucidez (y de su masoquismo) imaginando con todo detalle lo que ocurría en la habitación de al lado. Hubo un momento en el que incluso creí notar que el sofá temblaba al contacto con la pared (sobre la que, al otro lado, se apoyaba el cabezal de la cama), pero supongo que era parte del atrezzo de la historia creada en mi cabeza. Puede que la que temblara fuera yo misma.

Podría decir que, llena de furia, fui hasta allí y maté (de la forma que más te apetezca escuchar) a aquella zorra, y que después él y yo follamos enloquecidos sobre la sangre desparramada. También podría decir que lo maté a él, postulando eso de si no puede ser para mí, no será para nadie, y que después me enfrasqué en una larga noche de lujuria desenfrenada con su ex compañera de cama.

Pero lo cierto es que me quedé allí, acurrucada en un rincón del sofá y abrazada a mis piernas desnudas, mirando sin ver y escuchando sin oír los siempre pedagógicos anuncios de la teletienda.

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