lunes, 26 de noviembre de 2007

Altruísmo (I)

Iba Paula en su flamante descapotable rojo, sintiendo el aire revolotear entre sus cabellos, cuando unas retenciones en la autopista le hicieron aminorar la velocidad hasta hacerla detener casi por completo. Disgustada porque iba a llegar tarde a su cita con su musculoso preparador físico, Paula entremetió su deportivo entre los demás coches, entre una algarabía de bocinas y frenazos bruscos, para llegar al carril derecho y poder abandonar el atasco en la siguiente salida.

La verdad era que Paula no conocía otro camino que el que acababa de dejar atrás, pero era impaciente por naturaleza y, además, el humo de aquellos utilitarios de clase baja se le entremetía en el pelo y obstruía sus poros. En vista de las circunstancias, Paula decidió recorrer las callejuelas de la zona donde había ido a parar, siempre cerca de la autopista, y así poder reincorporarse más adelante. Pero Paula no contaba con lo que el destino había deparado para ella.

El lugar donde había ido a parar Paula no era precisamente como los que ella tenía la costumbre de frecuentar. Los bloques de pisos estaban grises y descuidados y la mayoría se caían a pedazos, y Paula se indignó con aquellos vecinos indecentes y aquel ayuntamiento que nada hacía para remediarlo. Unos minutos más tardó Paula en darse cuenta de que quizás la causa residía en que aquellas gentes simplemente no tenían medios para cambiar la situación. Intrigada por un mundo hasta ahora desconocido para ella, Paula se olvidó de su cita y continuó conduciendo, esta vez más despacio, observando el panorama.

Tras unas vueltas por la zona, Paula verificó la conclusión, que quizás otra persona más lúcida hubiera obtenido mucho más rápidamente, de que aquel no era su mundo. La gente que la veía pasear por allí, con aquel aspecto y aquel coche, pensaban exactamente lo mismo. Paula se quedó anonadada mirando la pobreza que denotaban aquellas gentes, la prematura vejez que parecía adornar cada una de aquellas caras, la precipitada pérdida de la inocencia de aquellos niños que corrían detrás de su coche o gritaban al verla pasar...

Y, al girar a la derecha en una esquina, la vio. No podía tener más de 6 años, y estaba sola y de pie, en la acera. Con su pequeña manita sostenía un peluche de formas indefinibles y miraba a un lado y a otro, como buscando a alguien... Pero nadie la reclamaba, y ni tan siquiera prestaba atención en ella.

Incluso una imagen como aquella bastaba para conmover a alguien como Paula. Unas manzanas más adelante, cuando las casas habían desaparecido para dejar paso a fábricas, Paula detuvo el coche.

No entendía qué era exactamente lo que había ocurrido en su interior, pero el caso es que se sentía ligeramente inquieta. Por primera vez en su corta vida, Paula se preocupó por alguien más que no fuera ella misma, y sintió miedo por lo que podía pasarle a aquella niña. También cayó en la cuenta de lo que tantas veces había escuchado, justo antes de cambiar de canal, por televisión y que nunca había comprendido: las desigualdades sociales.

¿Y por qué no ayudar a aquellas personas? Bien podría ella convencer a su padre para que les diera algo de dinero, pobrecitos... Pero, para su sorpresa, en lugar de darse por satisfecha con una idea que unos minutos atrás habría zanjado el asunto, Paula no se sentía en absoluto de ese modo. Y entonces recordó su horóscopo de aquel día: “Hoy será un día que marcará profundamente el curso de tu vida” y comprendió su sino. Todo hay que decir que se decepcionó levemente al comprender que no se trataba de conocer al amor de su vida, pero aún así decidió hacer algo por aquella gente que tanto necesitaba ser ayudada.

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