jueves, 22 de noviembre de 2007

Autoengaño

Dime que sólo bebes de vez en cuando, cuando sales por ahí con los amigos. Dime que en realidad apenas te gusta el alcohol, y que lo tomas por acompañar a los demás y porque te ayuda a desinhibirte. Dime que las botellas vacías desparramadas por debajo de la cama eran producto de mi imaginación, o que simplemente son el recuerdo de tus borracheras adolescentes.

Miénteme.

Guarda las botellas que tienes aún por terminar en algún armario que apenas use, y así no podré ver la velocidad con la que baja el líquido que contienen. Acostúmbrate a masticar chicles o a comer caramelos a menudo, para que así no pueda notar el alcohol en tu aliento cuando me besas. Aprovecha los minutos que estás a solas para echar un trago, y así evitar los molestos dolores de cabeza y los temblores que sacuden tu cuerpo.

Pretende que nadie lo sabe.

Pero, después, no te sorprendas cuando tus amigos ya no te llamen y traten de evitarte.
No te sorprendas cuando te encuentres tirado en la calle, porque te han echado a patadas del bar en el que estabas.
Tampoco lo hagas cuando te duela tanto el estómago que creas morir, o cuando hayas vomitado tanto que apenas te puedas levantar del suelo.
No te sorprendas de las lagunas en tu memoria, o de tu irritabilidad, o de las crisis pasajeras de ansiedad que aparecen sin razón aparente.
Y, sobretodo, no te extrañes si un día te despiertas y no me encuentras a tu lado...

Ese día, por fin se cumplirá lo que hacía tiempo venías buscando: habrás tocado fondo.

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