lunes, 1 de octubre de 2007

Tristesse

Aunque no siempre pensase en ello, no podía evitar llorar constantemente. Parecía como si la lluvia que suele acompañar a los meses de otoño hubiera abandonado a las nubes para esconderse en sus lagrimales, desde donde se desprendía en una constante cascada de gotas saladas y cálidas que irritaban sus ojos, permanentemente hinchados y enrojecidos.

En los últimos días, cualquier cosa le hacía llorar. Había dejado de ver las noticias, puesto que cualquier mención de accidentes, asesinatos o conflictos bélicos le hacían estremecerse de tal manera que cualquiera diría que había sufrido aquellas desgracias en sus propias carnes. Muchas veces tenía que contenerse para no ponerse a llorar allí, ante la atónita mirada de sus compañeros de piso que nada sabían de su sufrimiento interno. Pero no sólo era eso; cada vez que veía a una pareja de enamorados paseando cogidos de la mano, a una madre besando a su hijo o a un grupo de amigas hablando y riendo, no podía evitar que toda la desesperación que sentía atravesara su mente y su cuerpo como un rayo en una noche de tormenta, dejándole una sensación de desamparo, soledad y tristeza tan intensas que no podía controlar.

Había dejado también de escuchar música, porque cada canción que llegaba a sus oídos, por alegre que fuera, le conducía al mismo pesimista estado de ánimo. Tal vez le recordaran a épocas más felices, en las que no tenía que ocultar la pena que le consumía por dentro... Puesto que algunas personas cercanas ya le habían preguntado que qué le pasaba, recibiendo como respuesta una sencilla negativa, a la vez que una ligera desviación de la mirada para que su interlocutor no leyera en ellos la verdad, oculta en el fondo de su mente.

Y aunque muchas veces había pensado en acabar con su sufrimiento rápidamente, una pequeña vocecilla en su cabeza le impedía hacerlo; habiendo vivido la más feliz de las existencias, ¿qué había hecho para merecer aquel hielo que amenazaba con congelarla por dentro?

Porque todavía no alcanzaba a comprender como se podía perder todo en un solo momento o, peor aún, como se podía haber perdido todo progresivamente y, en el preciso instante en que se da uno cuenta de ello, ya sea demasiado tarde.

Pero nada podía hacer ya, salvo continuar adelante y tratar de dejar atrás aquel descomunal bache que se interponía en su camino. No porque fuera demasiado fuerte, sino porque, en lo más profundo de esos añicos que constituían su desvencijado corazón, aún conservaba la esperanza de volver a ser feliz.

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