domingo, 21 de octubre de 2007

Una tarde

El suelo está lleno de hojas secas, marrones y todavía mojadas por la reciente lluvia. El cielo está totalmente cubierto por una capa densa de nubes algodonosas y grises que apenas dejan pasar la luz del sol. El ambiente es húmedo, y de vez en cuando se levanta un viento frío que traspasa mi chaqueta de lana y me hace estremecer.

Paseo por las afueras de la ciudad; de una ciudad que parece abandonada a su suerte después del temporal. Apenas se ve a nadie en la calle: en un día como éste, probablemente estén todos acurrucados en el sofá, debajo de una manta y congregados, cual rebaño de ovejas, delante de la televisión. Afortunadamente, parece que nací con un mínimo de personalidad y criterio propios (o no los perdí durante la masificación adolescente) y mis prioridades son otras. Como pasear, acompañada tan solo por mis pensamientos y mi soledad.

Muy a menudo me ocurre que mi estado de ánimo se adapta al paisaje que me rodea, o al clima. Hoy me siento como entumecida, insensible. Pero, a lo lejos, un vagabundo me recuerda que, de aquí a un rato, cuando me apetezca, tengo un lugar caliente y cómodo a dónde volver... Y eso me entristece, como si yo tuviera la culpa de tener un lugar donde vivir, y él no. Miro a mi derecha, y veo un perro que cruza la calle cabizbajo y, durante unos segundos, cruzamos nuestras miradas. Y en sus ojos leo el abandono y el desamparo y siento punzadas en el corazón, como si yo tuviera la culpa de sentirme querida y protegida, y él no.

Ligeramente contrariada por la sucesión de sensaciones, me siento en un banco y observo el panorama. El árbol que se alza justo enfrente de mí capta mi atención: en él, sólo queda una hoja, y me hace gracia su esfuerzo por conservarla, por vencer la fuerza del viento que pretende robársela. Imagino como la hoja ya tiene asumido su final, pues se la ve debilitada y abatida... Pero, aún así, estoy segura de que admira profundamente el esfuerzo de ese árbol y desea con toda intensidad que le es posible su éxito ya que, como él, no quiere estar sola.

Como nadie en este mundo.

Respiro hondo, me levanto, y emprendo el regreso a casa.

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