viernes, 17 de octubre de 2008

La escuela de arte


Iba para casa caminando, ya que había vuelto a perder el autobús y aquel hermoso atardecer de otoño invitaba al paseo. No recuerdo exactamente en qué pensaba o si realmente estaba pensando en algo, pues siempre intento aprovechar al menos unos escasos momentos al día a intentar despejar la mente y quizás elegí aquellos, en los que, en lugar de pensar en la hipoteca, los líos del trabajo o el cansancio acumulado por la falta de sueño, decidí simplemente pasear y gozar de todo aquello que percibían mis sentidos.

El viento fresco azotaba mi cara y los últimos rayos de sol iluminaban mi camino, y recuerdo que me sentía como una niña que descubre el mundo por vez primera. Hacía tiempo que no pasaba por aquellas calles, y me sorprendieron la cantidad de cambios que habían sufrido y que yo examinaba con curiosidad. Finalmente, y cuando ya dejaba atrás el bullicio de tiendas del centro de la ciudad, mi mirada se detuvo en un pequeño letrero que anunciaba una escuela de arte. No recordaba haber visto antes nada igual, así que me dispuse a cotillear por la enorme cristalera con la intención de descubrir qué era lo que hacían exactamente en un lugar como aquél.

Me llevé una decepción cuando vi que una cortina blanca y tupida protegía el interior de la escuela de miradas indiscretas como la mía, pero pronto descubrí que alguien se debía haber descuidado al echarla porque había quedado una rendija sin cubrir hacia la que me dirigí con renovado entusiasmo. Dentro, pude ver algunas mesas distribuidas por una sala que parecía una especie de aula. Estaban sucias igual que el suelo, e imágenes de pinturas y esculturas famosas adornaban las paredes. No me dio tiempo a fijarme en nada más, pues un chico que apareció en escena captó de inmediato mi atención.

Era alto y delgado como una espiga y tenía la piel pálida, casi translúcida a la luz de los fluorescentes que colgaban del techo. Su ropa oscura acentuaba más su altura que, combinada con su lividez, le daban un aire frágil y delicado. Se colocó delante de una mesa en la que descansaba una masa deforme de barro de color gris, que remojó con el agua de un cuenco que había traído consigo. A continuación, comenzó a moldearla con sus dedos finos y ágiles.

Yo le observaba embobada y maravillada por aquel extraño pasatiempo que se me antojaba a la vez simple y lleno de pequeñas sutilezas. Pronto se me ocurrió una nueva palabra para lo que veían mis ojos: sensualidad, pues aquel chico volcaba todos sus sentidos en la pieza que cobraba forma bajo sus manos. De repente, un nuevo soplo de aire me provocó un escalofrío y cerré los ojos de forma involuntaria, aunque los mantuve cerrados porque una serie de imágenes habían colapsado mi mente de manera casi instantánea.

Inesperadamente, me vi contemplando como las manos de aquel desconocido sujetaban mi cintura con firmeza y ascendían poco a poco hasta llegar a mis pechos, que acariciaron con suavidad. Imaginé entonces que el contacto con sus finos dedos me llenaba de húmedo barro gris, pero no me importaba. Él proseguía su camino por mi rostro y me besaba dulcemente, y yo respondía a su beso con la pasión que empezaba a apoderarse de mi cuerpo. Sus manos descendían entonces por mi espalda y se entretenían en mis muslos durante un tiempo que se me hacía interminable, hacia donde se encaminaron lentamente hasta el foco de calor que abrasaba mi piel…

El ladrido de un perro bajo mis pies me asustó, y abrí los ojos rápidamente para ver a una mujer que se disculpaba por mi sobresalto. Mientras mascota y dueña se alejaban, miré de nuevo hacia el interior de la escuela para descubrir con pesadumbre que el chico había desaparecido dejando en la mesa su proyecto inacabado pues, aunque ya no parecía simple barro amorfo, todavía no se podían distinguir las formas exactas que pretendía darle su escultor.

Decidí, entonces, proseguir mi camino algo turbada por los recientes acontecimientos y recriminándome a mí misma el haber visto la película de Ghost demasiadas veces. Pero no había dado más de tres pasos cuando mis mejillas se sonrojaron violentamente al notar que tenía las bragas mojadas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

que buen relato...muy entretenido,genial la secuencia,la idea,la historia y el eterno momento feliz de la chica...

pero sigue,cierto?...quiero saber si se encuentra denuevo con el escultor y le hace alguna figurilla con las manos,jijiji

saludos...

Numb dijo...

Pues la verdad es que no había pensado seguirla.. Aunque si quieres un final, dejémoslo en que la protagonista pasó varias veces más por allí con la esperanza de encontrar a su escultor, pero que nunca más lo volvió a ver y tuvo que conformarse con repetir la escena imaginada en su cabeza una y otra vez.. :P

Gracias por el comentario ^^

Anónimo dijo...

ooo...que triste...
pero asi es la vida...
saludos... :)