jueves, 16 de octubre de 2008

Adicciones


Le encontré antes de lo que esperaba, justo en el lugar al que primero se me había ocurrido acudir. De haberme fijado un poco, habría notado que vestía su inconfundible cazadora verde a la que le hacía falta un buen lavado, y unos vaqueros arrugados y sucios que parecían a punto de caer al suelo pues estaban, como mínimo, cuatro o cinco tallas por encima de la suya. También me habría dado cuenta de que no presentaba buen aspecto: estaba más delgado que la última vez que nos habíamos visto, y su cara sin afeitar estaba más ojerosa y más demacrada que de costumbre. Pero en aquel momento no estaba como para fijarme en todos aquellos detalles.

Le abordé de inmediato, sin tan siquiera esperar a que terminara de hablar con aquel hombre que me miró recriminándome el haberles interrumpido. Cuando me vio, le bastó un segundo para notar que mi aspecto no mejoraba demasiado el que podía presentar él; me atrevería a afirmar que era incluso peor que el suyo, y que por aquella razón un par de personas se habían apartado de mi camino por la calle con tan sólo echarme un vistazo. Pero aquello tampoco me importaba demasiado.

- ¿Tienes algo? ¿Sí, verdad? No tengo mucho dinero, pero he traído lo que he podido reunir y también un reloj que he encontrado por casa… Es caro, ¿eh? Míralo y compruébalo, cógelo, venga…

- Hey, hey – me cortó. Tiempo después me confesaría que aquel día no pensaba darme nada. Que, después de tantos años de conocernos, me había visto peor de lo que nunca lo había hecho antes y que pensó que no podía continuar participando en aquella autodestrucción que había comenzado a inflingirme hacía ya algún tiempo. Pero que, finalmente, lo había hecho porque no podía haberme negado nada. – ¿Qué haces aquí a estas horas? ¿No tendrías que estar en el trabajo? ¿Ya has gastado todo lo que te di el otro día?

- Sí, lo siento, es que he tenido una semana muy dura, y me he ido del trabajo porque no aguantaba más. Pero, entonces, ¿tienes algo? Aunque ya se me haya acabado lo que me diste puedes darme más, ¿verdad? Por favor, haré lo que sea… Si lo que te traigo es poco, podemos ir a casa. Ahora Ricardo está en el trabajo y a las niñas las recoge su abuela del colegio; podemos hacer lo que quieras, tenemos tres o cuatro horas…

Estaba desesperada. Habría hecho lo que fuera por una raya en aquel mismo lugar y en aquel mismo instante. Finalmente, logré convencerlo: me dio lo que necesitaba y me hizo guardar el dinero y el reloj de donde los había sacado. Ya me lo pagarás cuando puedas, me dijo, y yo me fui para casa, prácticamente corriendo y empezando ya a notar los efectos de la droga que aún no había consumido.

Pero la sensación de euforia que recorría mi cuerpo desapareció de repente, cuando una moto pasó por mi lado como una exhalación y el chico que la conducía tiró de mi bolso, llevándose consigo la bolsita en la que mis anhelos se mezclaban con unos polvitos de color blanco. No corrí tras ella, puesto que en un instante ya había desaparecido de mi vista, pero sí volví al lugar donde había estado con Pedro pues mi estado de angustia no me permitía pensar en otra cosa.

Lo busqué durante horas en todos los sitios en los que en otras ocasiones había dado con él, pero sin resultado. A la caída de la noche, me dejé vencer por la fatiga y me acurruqué en un portal, desde donde me sumergí en una maraña de sueños incoherentes bañados por una apacible lluvia de maravillosos polvitos blancos.

No hay comentarios: