miércoles, 13 de febrero de 2008

Celebración


Pum-pum, pum-pum, pum-pum.

El ritmo de su corazón se iba acrecentando a medida que sus pasos le acercaban a su destino. Notaba el latido palpitando en sus oídos, tensándole el estómago y dándole ganas de vomitar. Las manos le temblaban tanto que tuvo que pararse un momento para encenderse un cigarrillo. Sabía que su reacción estaba siendo exagerada, pero no podía evitarlo y deseó haberse tomado algo bien cargado antes de salir.

Cuando llegó, ella ya estaba esperando. Llevaba un vestido rojo bastante escotado y estaba espectacular, y él sintió que las fuerzas le flaqueaban. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no apartar de un manotazo todo lo que había sobre la mesa y tirársela allí encima, con todo el mundo mirando. Pero entonces ella sonrió con dulzura, y eso fue como una ducha de agua fría; aquello tenía que terminar.

Durante la cena, él estuvo bastante ausente pensando en la mejor manera de enfocar el asunto, como si no lo hubiera hecho suficientes veces ya. Vaciando una copa tras otra, fumando un cigarrillo tras otro. Ella, como es natural, apenas se dio cuenta, tan ensimismada como estaba en sus ya habituales monólogos. Dios, qué ganas tenía de salir corriendo de allí.

Al final, el momento llegó. Habían pedido la cuenta y ella empezaba a plantear el tema de siempre. Que tenían que afianzar su relación. Que viviendo juntos se verían más y estarían más unidos. Que sus padres les ayudarían con los gastos. Que no se preocupara, que ella se encargaría de todo. Que estaba muy ilusionada con la idea… Que era lo mejor para los dos…

Pero aquella vez él la cortó. El vino había hecho su efecto y se sentía con fuerzas para cualquier cosa. Y se lo dijo. Que la quería, pero que aquello no estaba funcionando. Que no era por ella, sino por él. Que se habían conocido en el momento equivocado; que él apenas tenía tiempo para su carrera, para descansar de vez en cuando de la rutina diaria, para ver a sus amigos. Que durante las últimas semanas había estado pensando que debía priorizar no lo que quería, sino lo que era más adecuado para él. Que necesitaba espacio... Que era lo mejor para los dos...

Ella le tiró el resto de su copa en la cara justo cuando llegaba el camarero con la cuenta y se fue, sin decir una palabra.

Él saboreó las gotas de vino que resbalaron por sus labios y de repente lo encontró delicioso. Decidió pedir una botella para llevar y así poder brindar aquella noche por su recién renovada libertad.

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