domingo, 10 de agosto de 2008

Día de playa


Irse solo a la playa un bochornoso domingo de agosto puede cambiarle la vida a alguien. Un día así puede convertirse en una oportunidad para sumergirse en las profundidades de uno mismo y encontrar algún paraje inexplorado. Quizás, al salir a la superficie, te quieras un poco más (o te odies un poco menos, según como se mire); quizás cojas el coche y, en la próxima curva camino a tu casa, decidas no girar. Todo depende de diversas variables que Patricia ni siquiera se había planteado.

Patricia era una mujer joven, atractiva, con pareja y de vacaciones: a simple vista, el prototipo de persona perfecta que te venden en los anuncios de televisión. Pero siempre es interesante ahondar un poco más allá de lo que se ve desde el exterior.

En aquel día de playa, Patricia descubrió que tanto su juventud como su belleza tenían límite, que lo suyo con su novio podía no durar eternamente y que en dos semanas tendría que volver al trabajo. He aquí otra pequeña particularidad que Patricia aún no había descubierto: que si había tardado 29 años de su vida en obtener aquellas conclusiones, significaba que su inteligencia ciertamente no sobresalía de la media. Aunque, en la sociedad de hoy en día, ese pequeño detalle importaba tres pimientos.

El caso era que Patricia, en aquellos momentos, estaba más cerca de cerrar los ojos y conducir todo el camino de vuelta en línea recta que de cualquier otra cosa. Pero Patricia no estaba dispuesta a dejarse llevar por las contrariedades, así que inició una tremenda lucha contra su fuero interno para tratar de autoconvencerse de todo lo contrario de lo que había aprendido en sus 29 veranos de vida.

… Y perdió.

Patricia no esperó hasta llegar a una curva, sino que estrelló coche contra un muro de hormigón antes de llegar a la autopista.

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