miércoles, 2 de julio de 2008

Fase V: Aceptación


A. se levantó y, como cada mañana, se fue a trabajar. Aunque su apatía había dirigido su vida durante meses, aquel fue un día particularmente duro que le hizo hundirse aún más en la miseria que las circunstancias y ella misma habían construido poco a poco a su alrededor. Afortunadamente, el horario intensivo de verano le permitía contar con alguna que otra tarde libre para homenajearse con un merecido descanso.

Al llegar a casa, sudorosa y agotada debido a los efectos del calor, se sintió demasiado desanimada como para hacerse algo de comer o para hacer cualquier otra cosa. Así que decidió tumbarse en el sofá y aprovechar la tímida corriente de aire que circulaba a través del pequeño comedor y que sofocaba aquel calor asfixiante.

A. cerró los ojos y supo que, pese a su cansancio, no podría dormirse. En aquel estado de profunda relajación era cuando A. aprovechaba para repasar todos los acontecimientos del día. También recordaba entonces sus quehaceres, o pensaba en sus miedos y sus deseos, como conseguirlos o evitarlos. Y fue ese día bochornoso de principios de julio cuando A. pensó, de repente y casi por casualidad, en él.

Lo primero que sintió fue un escalofrío recorrer su espalda. Se levantó y, mientras cerraba un poco la ventana, se dispuso a analizar minuciosamente el resto de sus sentimientos. Se sentó de nuevo en el sofá y pensó de nuevo en él, en sus últimos días juntos. Tuvo la tentación de negarse a sí misma lo que ya sabía, pero en un instante todas las células de su cuerpo se inundaron de rabia: hacia él, por lo que le había hecho, y hacia ella misma por no haber hecho nada al respecto, por haberlo seguido protegiendo, por seguir queriéndole meses después. Entonces pensó que quizás había cambiado, que tal vez si volvieran a estar juntos él ya no le pegaría nunca más… Pero cerró los ojos y recordó las heridas que ya habían curado y las que nunca iban a curarse y las lágrimas resbalaron por sus mejillas al saber que le había perdido para siempre.

Entonces una nueva sensación recorrió su cuerpo. Era extraño; en los últimos meses se había estado moviendo entre la negación y la ira, las dudas y la tristeza una y otra vez, sin una pauta fija y sin saber si el siguiente episodio sería peor que el anterior. Pero ahora no creyó percibir ninguno de esos sentimientos tan bien conocidos, sino algo totalmente distinto. Quizás se había acabado… Quizás podía haber empezado a aceptarlo.

En aquel momento A., desde su posición en el sofá, miró por la ventana hacía el cielo azul e imaginó la cantidad de cielos azules que le quedaban por ver a lo largo de su vida, y no pudo reprimir una sonrisa.

No hay comentarios: