martes, 22 de abril de 2008

Músico


Sólo le bastaban unas notas para que todo el vello de su cuerpo se erizara. Habría jurado que la música salía de su propio cuerpo en lugar de provenir de las cuerdas que vibraban bajo el arco de su violín. De hecho, si cerraba los ojos podía visualizar la melodía saliendo por todos los poros de su piel como si de un aura se tratase.

Sólo le bastaban unos compases para que su piel se pusiera de gallina. Era una sensación extraña, como si las ondas sonoras le acariciaran suavemente. Como si aquellas cuerdas fueran una extensión de su anatomía y lo que vibrara fuera su propio cuerpo.

Le gustaba pensar que su violín era como una amante herida. Y que él, cuando la rozaba dulcemente con los dedos, era como si le estuviera pidiendo perdón por todo lo que le había hecho. Al principio sus manos eran rígidas y la música incoherente. Poco a poco, a medida que ella entraba en razón y le perdonaba, las notas cobraban fuerza y armonía. La reconciliación era algo que simplemente no podía ser descrito con palabras.

El tocar se había convertido en una especie de trance; él y su violín rodeados por una burbuja que los aislaba a ambos del mundo, envueltos en la melodía, fundidos en ella. Porque la melodía y él, el violín y la melodía, él y el violín, eran uno. Porque cuando levantaba la mirada hacía el público y bajaba el violín, y se ponía de pie mirando las caras de los que le aplaudían fervorosamente, y veía los ojos brillantes de muchos, y alguna que otra lágrima centelleando bajo la luz de los focos… En esos momentos tan sólo cerraba los ojos, y sonreía.

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