sábado, 1 de septiembre de 2007

Una historia

Su intención era crear un mundo idílico, utópico.

Un mundo lleno de personas sin objetivos a largo plazo, y con la única motivación de vivir el día a día, de disfrutar de todos esos pequeños momentos que, en el fondo, son las cosas que nos hacen más felices.

Un mundo donde no existiera la maldad. Robo, asesinato, violación o guerra son algunas de las palabras que desaparecerían del vocabulario de aquellos singulares habitantes. La vida fluiría tranquila al igual que un río fluye sinuoso montaña abajo en la búsqueda de un mar u océano con el cual unirse eternamente... o hasta que suban las temperaturas, y esas gotas de agua que nacieron en lo alto de la montaña formen parte de la atmósfera que, caprichosa, las traslade a su antojo a un nuevo lugar donde vivir. En la misma atmósfera donde iría a parar aquello que forma las almas de cada persona fallecida.

No habría contaminación, ni pobreza; las gentes vivirían a lo largo y ancho del planeta sin importar raza, cultura o lengua. Juntos, convivirían armoniosamente con animales y plantas de todas las especies inimaginables, ya que las diferentes cadenas tróficas seguirían su curso sin obstáculos ni impedimentos, y la extinción sería algo de lo que nadie habría oído hablar jamás.

¿Qué, aburrido? Tal vez. Por eso, un día cualquiera, una mutación de un gen aleatorio de los miles que configuran el material genético humano lo cambiará todo. Ese fragmento de ADN dará lugar al nacimiento de un niño, que se convertirá en un hombre que será diferente a todos los demás. Ese hombre tendrá unas ideas propias y una manera de vivir innovadora, y se horrorizará con la actitud de la gente que le rodea. Viajará en la búsqueda de alguien con sus mismas inquietudes, y se sentirá impotente ante sus descubrimientos. Y entonces se revelará, tratará de cambiar ese mundo perfecto en el que nació y convertirlo en... ¿algo mejor?



Durante unos segundos, dejó que esta idea fluyera por sus venas y, sólo entonces, empezó a escribir.

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