jueves, 13 de septiembre de 2007

Enamorada

Tarde gris. En esta habitación en penumbra, solos tú y yo. A pesar de la oscuridad, puedo ver el brillo de tus ojos oscuros escrutando los míos. No nos hacen falta palabras; con una mirada basta.

Ahora, bésame. Bésame lentamente, como tú sólo sabes hacerlo. Con cariño, con dulzura... Y mientras me besas, quiero que tus manos acaricien mis mejillas, mi pelo, mi nuca. Quiero sentir el sabor de tus labios, el olor de tu piel y tu aliento cargado de deseo.

Espera, para un momento. Ahora quiero que me beses apasionadamente, como tú sólo sabes hacerlo. Bésame los labios, los ojos, el cuello; quiero que tus labios rocen cada centímetro cuadrado de mi piel, con ansia, como si el mundo se estuviera acabando ante tus ojos y yo fuera la última fuente de vida y de eternidad.

No, espera, no me basta con eso. Ahora quiero que presiones tus dientes contra mi piel desnuda: quiero que me muerdas. Muérdeme como siempre has querido hacerlo. Porque sé que has cruzado la fina línea que separa el amor del odio y, a veces, el odio por sí sólo no es suficiente. Muerde con fuerza, aún puedo soportar el dolor. Muerde como si en mi cuerpo se hallaran las causas de todas tus desgracias. Muerde hasta que notes la viscosidad salada de mi sangre mojar tus labios, tu cara, las sábanas que nos envuelven.

Y una vez que estés satisfecho, abrázame, amor mío. Quiero sentir tus fuertes brazos rodeando mi cuerpo; quiero sentirme protegida los segundos inmediatamente anteriores a perder el conocimiento.

No hay comentarios: