martes, 17 de febrero de 2009

Androfobia


De repente, mientras observaba la ciudad pasar a través del cristal del autobús, se dio cuenta de que temía a los hombres. Pero no de la misma forma como había temido a aquel hombre que se había acercado el otro día por la calle y que tenía una pinta un tanto extraña. Temía a los hombres, a todos y cada uno de ellos, sólo por el hecho de ser del sexo masculino.

Perpleja por aquel repentino descubrimiento, intentó indagar en su mente para intentar esclarecer esa súbita conclusión que acababa de aparecérsele como por arte de magia. Ella era heterosexual. Había estado, sin pecar de presunción, con bastantes hombres. ¿A qué venía todo aquello? Era cierto que llevaba varios meses sin estar con nadie. También era cierto que cada vez le apetecían menos los rollos de una sola noche. Pero eso, en todo caso, indicaría que se hallaba en una nueva etapa de su vida en la que prefería la estabilidad de una relación duradera, ¿no?

Aunque, ahora que lo pensaba, últimamente se había mostrado un poco rara en su actitud con los hombres. Como toda mujer, le gustaba que los hombres se fijasen en ella, y el que alguno se le insinuara, aunque no fuera su tipo, siempre le sentaba bien a su autoestima. Pero, desde hacía un tiempo a pesar de que no habría podido precisar cuánto, todo eso había cambiado. Cada vez que un hombre empezaba a ligar con ella se sentía incómoda y más de una vez se había sorprendido dando un respingo cuando alguno de sus compañeros de trabajo le ponía una mano en el brazo o en la espalda.

Todavía sin acabar de creerse sus propios pensamientos, se cabreó consigo misma. Se sentía estúpida y decidió que tenía que acabar con aquellas tonterías inmediatamente. Y, como si los dioses hubieran escuchado su decisión, en la parada que acababa de hacer el autobús se había subido un hombre convenientemente atractivo. Lo observó mientras él se acercaba, guardando su billete en la cartera, y determinó que realmente era su tipo. Era alto, moreno, de facciones marcadas y vestía un impecable traje azul oscuro. Siempre le habían puesto los hombres con traje. Cuando él levantó la vista buscando algún lugar donde sentarse, su mirada se cruzo con la de ella, que la apartó rápidamente, sonrojándose. Unos segundos después, él ocupaba el asiento de su derecha a pesar de que el autobús iba casi vacío.

Ella se arriesgó: tenía que solucionar aquello cuanto antes. Así que, dispuesta a entablar conversación, le preguntó la hora y, divagando un poco sobre las recientes y pronunciadas variaciones atmosféricas, consiguió intercambiar con él frases algo más profundas hasta que el diálogo concluyó en decidir si iban a su casa o a la de él. Finalmente acabaron en la de él porque estaba más cerca y porque, si las cosas se torcían, siempre podía salir corriendo. Aunque, por el momento, todo iba a pedir de boca, y pronto sus preocupaciones anteriores se habían esfumado de su cabeza.

Ciertamente, pronto pudo descubrir que aquel desconocido – pues no se le había ocurrido ni preguntarle el nombre – besaba bastante bien. A decir verdad, mientras lo besaba se sintió en el cielo y se preguntó por qué coño había estado tanto tiempo sin echar un polvo. Pero, de repente, la mano que luchaba por desabrochar su blusa ya no le pareció tan excitante. En aquel instante le parecía que su blusa estaba muy bien donde estaba, y sus besos ya no le resultaron tan maravillosos. Él insistía, quizás pensando que su resistencia se debía tan solo a alguna clase de juego, pero ella no bromeaba. Su fogosidad inicial había dado paso a una fuerte angustia que le impedía pensar con claridad. Desesperada por quitarse de encima a aquel tío que seguía acosándola, tanteó a su alrededor hasta asir lo que parecía una lámpara, con la que le golpeó fuertemente una y otra vez hasta que quedó inmóvil sobre su cuerpo.

Tiró la lámpara al suelo y le empujó para que rodara al otro lado de la cama. Lo observó, ahí quieto, con los ojos muy abiertos y con la cabeza y la camisa cubiertas de sangre. ¿Y ahora qué? ¿Tendría que gastarse una pasta en un puto psicólogo para que le curara la androfobia?

1 comentario:

Edito-e dijo...

Uffff...ya es mala suerte, nena, que para uno que elige le salga de esa calaña. El problema es ese..la inesperiencia. Cuando has catado a unos cuantos hombres, desarrollas un radar de...este es un gilipollas, este merece la pena. Eso si, a mi todavía me las cuelan a veces. Y si hay que derramar sangre...shissss...pues se derrama.

Linda historia, muy bien ambientada...muaka!