martes, 19 de junio de 2007

Preludio

Túmbate, a ser posible en el suelo, y boca arriba. Sería ideal que tu piel tuviese el mayor contacto posible con el suelo: mínimas piezas de ropa, máximo apoyo de toda la superficie de tu cuerpo. Cierra los ojos, y siente. ¿Qué notas? Tal vez frío, puesto que la cerámica no es conductora del calor; puede que notes también una cierta uniformidad en el terreno, o tal vez alguna pequeña partícula que, presionada por el peso de tu cuerpo, te parezca de un tamaño mucho mayor.

Ahora, deja de sentir, y piensa: ¿todo esto es real? ¿Realmente estás ahí, tumbado en el suelo, percibiendo todas esas sensaciones, o en realidad estás en tu cama, durmiendo y soñando que las percibes? O quizás no me hayas hecho caso y estés sentado delante de tu ordenador, y mientras leías las sensaciones que he descrito, las hayas sentido. Pero eso no quiere decir que las hayas sentido de verdad.. ¿o sí? Si este fuera el caso, es decir, que no te hubieras separado de tu ordenador, significaría que alguna vez te has tumbado en el suelo, como te pedí que hicieras, o que simplemente has estado en contacto con alguna superficie que te produjera unas sensaciones parecidas a las descritas; entonces, tu cerebro ha rescatado esas sensaciones de algún almacén olvidado en el fondo de tu mente y, de alguna manera, has podido sentir los escalofríos que produce el contactar con una superficie fría, o la incomodidad de estar clavándote algo en la piel.

Cambiemos de ámbito, pensemos en la vida. Tienes una cierta edad, lo que equivale a una cierta experiencia y conocimiento de causa; estás trabajando y/o estudiando, tienes unos amigos, una familia, unas aficiones... unas cosas que conoces y que son normales en tu vida. Ahora bien, ¿cuándo fue la última vez que sentiste algo nuevo, diferente?

Con el tiempo, las personas nos acostumbramos a las cosas y dejamos de verlas tal y como son: cuando conoces a una persona nueva, consciente o inconscientemente la comparas con otra, o formas tus propias impresiones previas, o cuando ves un objeto nuevo, algún invento o simplemente algo procedente de otra cultura, necesitas saber para qué sirve para poder equipararlo así con algo que ya conozcas. Mi pregunta es, ¿por qué? ¿Qué necesidad hay de hacer todas estas asociaciones, por qué no podemos ver ese objeto, esa persona, tal y como es, como algo único e inigualable? ¿Por qué no pensar que, si nos tumbamos en el suelo y nos paramos a sentir, puede que éste esté caliente porque le haya dado el sol, o que sintamos algo que no esperábamos? Entonces es cuando nos sorprendemos, porque nuestras impresiones previas, adquiridas a partir de la experiencia de haber sentido muchos suelos diferentes, fallan. Porque cada suelo es único e inigualable, porque el mundo es imprevisible y quizás, en el mismo momento en que estás ahí tumbado, una pequeña hormiguita sube por uno de tus dedos y recorre tu antebrazo.

No des las cosas por sentadas; aprende a ver los pequeños matices que hacen que una cosa sea única, y de esa manera la valorarás mucho más. No pierdas la increíble capacidad de sorprenderte.

No hay comentarios: