lunes, 25 de junio de 2007

Evasión

Y entonces abrió lo ojos y la vio... Lentamente, deslizándose por su muñeca y hundiéndose en las líneas de su mano, para resbalarse por entre sus dedos entrecerrados y caer en las baldosas limpias...

No siempre seguía el mismo camino, sino que se dividía del original formando pequeños riachuelos carmesí que fluían en todas direcciones, siempre hacia un mismo final.

Lentamente... Lentamente, sus ojos se cerraban del cansancio, pero ella los volvía a abrir: no quería perderse un detalle de aquella escena fascinante que siempre la absorbía por completo, haciendo que los minutos semejaran segundos hasta que, en la plenitud de su éxtasis, alguien picara a la puerta del lavabo para que se diera prisa. Y, entonces, se levantaría torpemente y se cubriría la muñeca, el brazo, la mano, con toneladas de papel higiénico, y haría sonar la cisterna mientras decía “Voy, mamá”. Y abriría el grifo para limpiarse la sangre seca, y se enrollaría la muñeca con más papel higiénico en un débil intento por detener la hemorragia. Y saldría del lavabo con una cara inocente para que su madre no la riñera por tardar tanto, y se iría a su habitación a estudiar, a leer o a escuchar música...

Porque era todavía casi una niña, aparentemente feliz, que sacaba buenas notas, tenía una buena familia, unos buenos amigos... y que se hería físicamente para lidiar con su dolor interno.

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