jueves, 21 de junio de 2007

Cita a ciegas

Llegué 15 minutos antes de la hora acordada. No es que estuviera muy nervioso, pero quería estar con tiempo para inspeccionar el terreno. Era una cafetería normal, muy al estilo americano, con grandes sillones y mesitas bajas. Leyendo los carteles de detrás de la barra comprobé lo que ya imaginaba: que ahí, de cerveza, nada. Como no sabía muy bien qué hacer, me senté en uno de los sillones desde donde se veía bien la entrada y, cuando una chica de piernas fabulosas me preguntó qué iba a tomar, pedí una Coca-Cola. Faltaban aún algo menos de 10 minutos para la hora, cuando apareció ella. O, al menos, esa debía de ser; como mínimo, llevaba zapatos y bolso rojos, como dijo que llevaría. Al verla entrar, me arrepentí, aún más si cabe, de haber ido. A parte del hecho de que apenas se parecía a la descripción que había hecho sobre ella misma, en ese momento me sentí como un gilipollas. A ver, ¿qué hacía yo metido en un lío como ése? Pero es lo que pasa cuando te juntas con cuatro amigos, todos con novia menos tú, y os bebéis unas cervezas, que no es difícil saber quién va a pringar. Total, que hice como que no la había visto e intenté buscar por entre las mesas cercanas algún otro tío con camiseta negra y gorra. Mierda, venía para acá. Sin saber muy bien si levantarme o no, opté por seguir haciéndome el sueco, y no fue hasta tenerla delante de mis narices que giré la cabeza para mirarla. Ella esbozó una media sonrisa, y como vio que no me levantaba (ni tenía intenciones de hacerlo) se sentó en un sillón enfrente de mí.

- No estaba muy segura de que fueses tú; te imaginaba algo diferente por tu descripción...

Tocado. Vale, quizás no tenía un cuerpo demasiado atlético, y mis ojos eran más marrones que verdosos, pero todo el mundo mentía, y sino que le preguntaran a ella. No debía medir más de 1’65; caderas anchas, pechos pequeños, ojos oscuros y demasiado juntos, y una boca diminuta que movía a una velocidad pasmante y que yo no podía dejar de mirar. Tenía que haberme metido en un chat de internet en lugar de por el móvil, y así al menos habría podido ver si estaba buena o no antes de quedar con ella. Aunque, pensándolo bien, quizás no hubiese mentido mucho, ya que ciertamente había dicho que no era muy alta, y que tenía el pelo largo y rizado... De todos modos, no es que me importara; aquello ya había acabado antes incluso de haber empezado.

Estuvimos hablando un par de horas. Bueno, en realidad ella hablaba y yo miraba embobado como sus labios hacían esas muecas tan graciosas. Seguramente fue por eso que pensó que la cosa marchaba bien, puesto que sugirió de ir a cenar a un restaurante cercano. Como no tenía nada mejor que hacer, y como compartía piso con uno de mis amigos y si me veía aparecer por ahí a estas horas me lo recordaría toda la vida, accedí.

Fue una cena tranquila. A aquellas horas, cualquiera diría que ya se le tendría que haber acabado la conversación, pero nada más lejos de la verdad. Ya conocía toda su infancia y parte de su adolescencia, y aunque hacía tiempo que habíamos acabado con los postres no sabía como decirle que me quería largar de allí. Cualquier otro tío le habría soltado alguna excusa, o habría fingido ir al lavabo para salir huyendo, pero yo era simplemente demasiado capullo y, además, tenía mi móvil: no quería que estuviese toda la semana llamándome y llorando por haberla dejado plantada. Al final, fue ella quien me preguntó si nos íbamos y yo, como el capullo que era, discutí con ella para pagar la cuenta (y, desgraciadamente, gané) y la seguí como un manso corderito.

Ella no vivía lejos de allí, así que la acompañé a su casa. Ya en la portería, y mientras buscaba las llaves, yo hacía ademanes de despedida. Hubo un momento en que intentamos hablar los dos a la vez, y después de reírnos con complicidad (falsa, en mi caso) le cedí la palabra.

- Nada, era por si querías subir a casa...

Agaché la cabeza, y pude ver en el destello de su reloj que eran las 12.05. Todavía era demasiado pronto para ir a casa, así que le dije que sí. Al fin y al cabo, no iba a pasar nada: ninguna chica iba tan lejos en un primera cita (si aquello se podía llamar así) y yo tampoco es que me fuera a lanzar.

En su casa, acepté la cerveza que me ofreció y seguimos hablando. Parecía que aún le quedaban cosas por decir. De todos modos, debió notar que yo no estaba muy por la labor, porque de repente paró de hablar y se hizo un silencio algo incómodo. Entonces, sin mediar palabra, se levantó, se colocó delante de mí y deslizó su vestido por los hombros, quedándose sólo en bragas.

- ¿Te apetece...?

¡Por supuesto que no! Como ya dije, tenía las caderas enormes, los ojos muy juntos, el pecho muy pequeño y, ahora que lo podía observar con más detalle, uno era significativamente mayor que el otro. Su atrevimiento me dejó algo parado, y supongo que mi duda la hizo dudar a ella también, hasta que bajó la vista y se fijó en el bulto que sobresalía de mis pantalones. Tocado y hundido. ¿Por qué los instintos siempre nos traicionan? Mientras me desabrochaba los pantalones y yo le apretaba sus diminutos pezones, pensé que por qué no, que un polvo nunca venía mal y que siempre podía darle largas al día siguiente.

Cuando me desperté por la mañana tardé un rato en ubicarme. Después de recordar lo que había pasado, miré a mi alrededor y vi que no estaba. Me vestí y fui al comedor, donde la encontré leyendo. Llevaba una camiseta que se transparentaba ligeramente y unas bragas, y no puede evitar encontrarle cierto encanto allí, con el sol iluminándole el pelo y su cara de inmensa concentración. Después de todo, la noche había sido mejor de lo que me esperaba... Quien sabe, a lo mejor de esto salía algo bonito y todo. Cuando me vio, dejó el libro boca abajo en una mesa y habló antes de que yo pudiera decir nada, como era ya costumbre en nuestra corta relación.

- Sobre lo de anoche... Mira, estuvo bien y todo eso pero, la verdad, no creo que hubiera una verdadera conexión entre nosotros...

Y ahí estaba yo, bajando aquellas escaleras medio en ruinas y viendo como se destruían los cimientos de aquel castillo que mi mente había, con gran rapidez por su parte, empezado a construir.

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