En mi 18 cumpleaños, mi madre esperó hasta que todo el mundo se hubiera ido de mi fiesta, llenó mi vaso medio vacío y dijo: “Ven y siéntate conmigo un rato. Ahora que eres suficientemente mayor, hay algo que tengo que contarte. No tienes ni idea de lo diferente que habría sido tu vida si hubieras sabido la verdad”. Entonces se detuvo y respiro hondo, como si no supiera por dónde continuar. Yo la miré pensando que sería una broma, que me estaría tomando el pelo como una parte final de mi fiesta, pero cuando observé su cara rápidamente cambié de idea: estaba pálida, y una capa de sudor cubría su frente. En ese momento fue cuando empecé a preocuparme.
Le pregunté, casi susurrando, qué pasaba, y ella dudo un par de veces antes de empezar a hablar. “¿Te acuerdas de cuando eras niño, los días en los que ibas con tu padre y tu hermano a pescar?”. Le dije que sí. ¿Cómo podía olvidarlo? Eran días soleados y felices, en los que mi hermano y yo solíamos cargar con los bártulos de pesca de mi padre hasta una barca que alquilábamos cada mes en un lago no muy lejos de casa. A mi madre no le gustaban lo que ella llamaba nuestras Excursiones Masculinas, y siempre se quedaba en casa. “Entonces, ¿recuerdas el día en que...?” “Sí”, la detuve. No entendía por qué estaba haciéndome todas aquellas preguntas. Ella continuó. “El día en que tu hermano murió...” – noté unas punzadas en mi corazón – “... tú te enfermaste. Tu padre y yo estábamos muy preocupados por ti”. Le dije que ya lo sabía, que había caído al agua con mi hermano y que por esa razón me había puesto tan enfermo. “Cariño, tú no te caíste al agua. Tu ropa estaba mojada porque tu hermano te salpicó... mientras tu aguantabas su cabeza debajo del agua”. Pero, ¿qué coño estaba diciendo? Tenía 6 años, ¿cómo podía haber hecho eso? Ella siguió hablando, porque yo no podía articular palabra. “No lo recuerdas porque lo olvidaste inmediatamente después de que pasara. A diferencia de todos los niños, que sienten admiración por sus hermanos mayores, tú únicamente sentías celos. Tu padre y yo nunca supimos por qué. Él siempre se culpó por lo que había pasado, por haber llegado demasiado tarde...”.
No dije nada entonces, y no he dicho nada hasta ahora. Después de 10 años aquí encerrado, aún no recuerdo lo que pasó, pero lo único que sé es que las punzadas que sentí no eran de dolor...
Le pregunté, casi susurrando, qué pasaba, y ella dudo un par de veces antes de empezar a hablar. “¿Te acuerdas de cuando eras niño, los días en los que ibas con tu padre y tu hermano a pescar?”. Le dije que sí. ¿Cómo podía olvidarlo? Eran días soleados y felices, en los que mi hermano y yo solíamos cargar con los bártulos de pesca de mi padre hasta una barca que alquilábamos cada mes en un lago no muy lejos de casa. A mi madre no le gustaban lo que ella llamaba nuestras Excursiones Masculinas, y siempre se quedaba en casa. “Entonces, ¿recuerdas el día en que...?” “Sí”, la detuve. No entendía por qué estaba haciéndome todas aquellas preguntas. Ella continuó. “El día en que tu hermano murió...” – noté unas punzadas en mi corazón – “... tú te enfermaste. Tu padre y yo estábamos muy preocupados por ti”. Le dije que ya lo sabía, que había caído al agua con mi hermano y que por esa razón me había puesto tan enfermo. “Cariño, tú no te caíste al agua. Tu ropa estaba mojada porque tu hermano te salpicó... mientras tu aguantabas su cabeza debajo del agua”. Pero, ¿qué coño estaba diciendo? Tenía 6 años, ¿cómo podía haber hecho eso? Ella siguió hablando, porque yo no podía articular palabra. “No lo recuerdas porque lo olvidaste inmediatamente después de que pasara. A diferencia de todos los niños, que sienten admiración por sus hermanos mayores, tú únicamente sentías celos. Tu padre y yo nunca supimos por qué. Él siempre se culpó por lo que había pasado, por haber llegado demasiado tarde...”.
No dije nada entonces, y no he dicho nada hasta ahora. Después de 10 años aquí encerrado, aún no recuerdo lo que pasó, pero lo único que sé es que las punzadas que sentí no eran de dolor...
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