Alicia abrió los ojos y notó que algo la ahogaba. Después de lo que a Alicia le parecieron interminables segundos, una mujer con una bata blanca se acercó y le quitó la vía, y tras examinarle las pupilas con una pequeña linterna y decirle que descansara, se fue. Alicia miró a su alrededor: a su derecha, a dos camas de distancia, una mujer grotescamente obesa descansaba rodeada a múltiples aparatos, de los que Alicia pudo distinguir un respirador que producía un sonido sordo; a su izquierda, una ventana que mostraba el cielo azul de una mañana de verano, protegida por unos barrotes. También a la izquierda, Alicia se fijó en una fotografía que descansaba en una mesita de noche, en la que aparecía ella misma junto con sus padres, en un viaje que habían hecho cuando ella todavía era casi una niña. Miró a su padre, alto y robusto, y a su madre, con su pelo oscuro y sus bonitos labios maquillados siempre con carmín rojo...
Alicia notó su cuerpo entumecido por la falta de movimiento. De su brazo izquierdo sobresalía un tubo de plástico. Estaba algo confundida, y no recordaba qué era aquel lugar y como había ido a parar allí. Un griterío en la habitación contigua le devolvió a la realidad. Volvió a girar la cabeza a su derecha y reconoció a La Grande, o la Esquizofrénica Cebada, como la llamaban algunos, no demasiado amablemente, a sus espaldas. En ese instante, un grupo de enfermeros entró a la habitación trasladando en volandas a una mujer delgaducha que se retorcía y contorsionaba profiriendo alaridos. La dejaron en una cama enfrente de donde se encontraba Alicia y la ataron con correas que suspendían de la cama, y unos segundos después de inyectarle el contenido de una jeringuilla los gritos cesaron y los movimientos se apagaron rápidamente. Entonces, los enfermeros abandonaron la habitación.
Sí, Alicia sabía muy bien donde se encontraba.
Alicia intentó recordar lo que le había traído a aquel lugar, y no le costó mucho encontrar la respuesta. Quiso levantarse, pero no pudo; afortunadamente, no estaba atada como su compañera, pero tenía los músculos débiles y apenas pudo incorporarse ligeramente.
Vencida, Alicia se volvió a recostar y decidió dormir. Dormir y soñar.
Soñar con un lugar en el que fuera libre, sin barrotes que tapiaran las ventanas. En un lugar donde se sintiese querida por alguien, donde tuviera una vida llena de momentos alegres y felices. Donde su padre no la violara y su madre estuviera allí para protegerla y cuidarla. Donde no tuviera que decirle al niño que llevaba en sus entrañas que su padre y abuelo eran la misma persona.
Alicia decidió volver a su particular Jardín de las Maravillas.
Alicia notó su cuerpo entumecido por la falta de movimiento. De su brazo izquierdo sobresalía un tubo de plástico. Estaba algo confundida, y no recordaba qué era aquel lugar y como había ido a parar allí. Un griterío en la habitación contigua le devolvió a la realidad. Volvió a girar la cabeza a su derecha y reconoció a La Grande, o la Esquizofrénica Cebada, como la llamaban algunos, no demasiado amablemente, a sus espaldas. En ese instante, un grupo de enfermeros entró a la habitación trasladando en volandas a una mujer delgaducha que se retorcía y contorsionaba profiriendo alaridos. La dejaron en una cama enfrente de donde se encontraba Alicia y la ataron con correas que suspendían de la cama, y unos segundos después de inyectarle el contenido de una jeringuilla los gritos cesaron y los movimientos se apagaron rápidamente. Entonces, los enfermeros abandonaron la habitación.
Sí, Alicia sabía muy bien donde se encontraba.
Alicia intentó recordar lo que le había traído a aquel lugar, y no le costó mucho encontrar la respuesta. Quiso levantarse, pero no pudo; afortunadamente, no estaba atada como su compañera, pero tenía los músculos débiles y apenas pudo incorporarse ligeramente.
Vencida, Alicia se volvió a recostar y decidió dormir. Dormir y soñar.
Soñar con un lugar en el que fuera libre, sin barrotes que tapiaran las ventanas. En un lugar donde se sintiese querida por alguien, donde tuviera una vida llena de momentos alegres y felices. Donde su padre no la violara y su madre estuviera allí para protegerla y cuidarla. Donde no tuviera que decirle al niño que llevaba en sus entrañas que su padre y abuelo eran la misma persona.
Alicia decidió volver a su particular Jardín de las Maravillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario