Siempre había sido una chica solitaria. Algunas personas opinaban que era demasiado introvertida, otras, que el problema radicaba en su timidez, pero la verdad era que, simplemente, no le interesaba la gente, y se consideraba a sí misma una especie de misántropa. Eso no significaba que no se interesase por la psicología y el comportamiento de las personas ya que, de hecho, tenía algunas teorías al respecto. Para ella, las personas no eran más que una versión ligeramente modificada de un modelo universal que se regía por dos intereses básicos, a saber: placer espiritual, obtenido a partir de pequeñas satisfacciones personales o, cada vez más, objetos materiales, y placer carnal, basado únicamente en el sexo.
Sus deducciones iban más allá: según ella, la felicidad era la búsqueda camuflada de estos placeres y la destrucción de todo aquello que se interpusiera en su camino. Toda persona era feliz si podía contar con, como mínimo, un tipo de placer espiritual y otro de carnal. Esto excluía, obviamente, la abstinencia sexual, una actitud antinatural creada para desterrar algunas religiones paganas que utilizaban el sexo como medio de oración, y que muchos practicaban con la esperanza de tener asegurado el cielo... o algo así. Porque ella tampoco creía en Dios, en ningún tipo de Dios. Según ella, lo único que había era todo aquello que podías ver: no existían dioses, espíritus o mundos alternativos. Todas esas tonterías habían sido inventadas por personas demasiado débiles, con una vida demasiado triste como para aceptar que a partir de su muerte, no había nada más.
Ella no creía en nada.
No era excesivamente atractiva, pero sabía sacarse partido a sí misma. Este hecho, y la confianza que depositaba en sí misma le permitían conseguir lo que se propusiera. Pero había dejado de usar su poder de seducción hacía tiempo; sobretodo, con los hombres. A su juicio, y basándose en su propia experiencia, todos los hombres eran superficiales, estúpidos y, aunque no lo parecieran en una primera impresión, misóginos. Así que sus necesidades carnales las satisfacía mediante la masturbación, que le proporcionaba un placer muy superior al que le podría proporcionar cualquier hombre, ya que contaba con la ventaja de saber a la perfección lo que le gustaba y quería en cada momento y situación.
Ella fue la escogida.
Quizás se fijó en ella por su apariencia. Quizás, por ser una solitaria, y tal vez la vio como una especie de alma gemela. O quizás porque quería romper su coraza, encontrar su punto débil. Así que, un día de lluvia, se ofreció a llevarla a casa en coche después del trabajo. Y después de muchas semanas de planes y elucubraciones, aquella tarde consiguió, por fin, violarla brutalmente. Y cual fue su sorpresa al comprobar que ella había disfrutado tanto o más que él... Quería más. Aquello era nuevo para él, y por un momento no supo qué hacer. Finalmente, pensó ¿Por qué no? y optó por hacer lo que ella le sugería.
Ya en su apartamento, follaron durante horas. Probaron mil posturas, mil roles. La pegó y la insultó, y ella representaba el papel de víctima a la perfección, y a la vez parecía correrse con cada insulto, con cada bofetada. Ya entrada la noche, ella le pidió extasiada que la amenazara con torturarla, con quitarle la vida, y él acabó utilizando un cuchillo para darle más realismo. Y ése fue su error.
Sus deducciones iban más allá: según ella, la felicidad era la búsqueda camuflada de estos placeres y la destrucción de todo aquello que se interpusiera en su camino. Toda persona era feliz si podía contar con, como mínimo, un tipo de placer espiritual y otro de carnal. Esto excluía, obviamente, la abstinencia sexual, una actitud antinatural creada para desterrar algunas religiones paganas que utilizaban el sexo como medio de oración, y que muchos practicaban con la esperanza de tener asegurado el cielo... o algo así. Porque ella tampoco creía en Dios, en ningún tipo de Dios. Según ella, lo único que había era todo aquello que podías ver: no existían dioses, espíritus o mundos alternativos. Todas esas tonterías habían sido inventadas por personas demasiado débiles, con una vida demasiado triste como para aceptar que a partir de su muerte, no había nada más.
Ella no creía en nada.
No era excesivamente atractiva, pero sabía sacarse partido a sí misma. Este hecho, y la confianza que depositaba en sí misma le permitían conseguir lo que se propusiera. Pero había dejado de usar su poder de seducción hacía tiempo; sobretodo, con los hombres. A su juicio, y basándose en su propia experiencia, todos los hombres eran superficiales, estúpidos y, aunque no lo parecieran en una primera impresión, misóginos. Así que sus necesidades carnales las satisfacía mediante la masturbación, que le proporcionaba un placer muy superior al que le podría proporcionar cualquier hombre, ya que contaba con la ventaja de saber a la perfección lo que le gustaba y quería en cada momento y situación.
Ella fue la escogida.
Quizás se fijó en ella por su apariencia. Quizás, por ser una solitaria, y tal vez la vio como una especie de alma gemela. O quizás porque quería romper su coraza, encontrar su punto débil. Así que, un día de lluvia, se ofreció a llevarla a casa en coche después del trabajo. Y después de muchas semanas de planes y elucubraciones, aquella tarde consiguió, por fin, violarla brutalmente. Y cual fue su sorpresa al comprobar que ella había disfrutado tanto o más que él... Quería más. Aquello era nuevo para él, y por un momento no supo qué hacer. Finalmente, pensó ¿Por qué no? y optó por hacer lo que ella le sugería.
Ya en su apartamento, follaron durante horas. Probaron mil posturas, mil roles. La pegó y la insultó, y ella representaba el papel de víctima a la perfección, y a la vez parecía correrse con cada insulto, con cada bofetada. Ya entrada la noche, ella le pidió extasiada que la amenazara con torturarla, con quitarle la vida, y él acabó utilizando un cuchillo para darle más realismo. Y ése fue su error.
El día amaneció despejado, y cuando los primeros rayos entraron por las ventanas, él yacía abrazado al cuerpo sin vida de ella y con la piel todavía húmeda como consecuencia de la noche de sexo, de las lágrimas que resbalaban por su cara y de la sangre que empapaba las sábanas.
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