viernes, 11 de enero de 2008

Fin


Después de pensarlo muchas veces, decidió hacerlo aquel mismo día. No porque fuera un día especial sino porque, justo al despertarse, supo que aquella iba a ser su última mañana.

Ahora quedaba decidir la forma de hacerlo. Era curioso el hecho de haber pensado en ello durante tanto tiempo y no haberse siquiera planteado el cómo. Pero pronto se le ocurrió el plan perfecto, algo indoloro, rápido y efectivo: saltar al vacío.

Con esa idea, se internó en la ciudad a la búsqueda de un edificio que cumpliera con las expectativas, y no tardó mucho en encontrar uno que fue de su agrado. Además, parecía predestinado para él ya que, al llegar a la puerta, un hombre salió, dejándosela abierta, y la terraza daba a una calle poco transitada: no quería un montón de gente curioseando morbosamente su cuerpo destrozado y ensangrentado.

Pasó las piernas por encima de la barandilla y, sin mirar abajo, saltó... pero tuvo la mala suerte de caer encima de un toldo, que cedió con el peso de su cuerpo, pero que amortiguó la caída considerablemente. Cuando se puso de pie sólo notó cierto dolor en el tobillo. Maldiciendo entre dientes, pensó en buscar un edificio más alto y probar otra vez, pero lo dejó correr y se alejó cojeando mientras una pareja que lo había visto caer le miraba con curiosidad.

No necesitó pensar mucho para encontrar otra solución: un atropello. Aunque, eso sí, tendría que elegir bien el coche para asegurarse de que sería una muerte rápida... Lo mejor sería hacerlo con un camión. Este método comportaría la curiosidad morbosa de los viandantes, pero era un método bastante efectivo y esperaba morir antes de que doliera demasiado.

A pesar de tener ya el tobillo bastante hinchado, pronto llegó a una de las calles principales de la ciudad, donde el tráfico era constante y nadie respetaba los límites de velocidad. Como en el caso anterior, no se lo pensó dos veces y cuando vio el primer camión que se acercaba por su izquierda dio unos pasos al frente en el último momento, sin darle tiempo al conductor de reaccionar. No le ocurrió lo mismo a un hombre que paseaba en ese instante por el lugar, que se abalanzó hacia él y se lanzó literalmente de cabeza para empujarlo y sacarlo del paso del camión. Ambos fueron a parar al otro lado de la carretera, donde casi fueron atropellados por un coche que venía en contradirección, pero al que esquivaron subiendo rápidamente a la acera.

Dejando a su misterioso salvador allí plantado y esperando su más sentido agradecimiento, se fue de allí todo lo rápidamente que sus huesos doloridos y su tobillo hinchado le permitían, maldiciéndose otra vez por su mala suerte. ¿Acaso esto era una especie de señal? ¿Acaso el Dios en el que nunca había creído le estaba advirtiendo de que aquel no era el camino correcto a seguir?

Quizás, como en las películas, aquel día conocería a la chica de sus sueños; o quizás le tocaría la lotería (aunque no la hubiese echado); o quizás...

Al final, nunca supo lo que podría haber ocurrido. La enorme cantidad de grasas saturadas que había ingerido aquella mañana como desayuno habían acabado de taponar una de sus arterias, provocándole un infarto de miocardio.

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