Muchas veces equiparo los diferentes aspectos de mi vida con árboles. Entonces pienso que es como si todos tuviéramos un bosque interracial dentro de nuestras cabezas, y que en diferentes momentos de nuestras vidas, o de cada día, nos dedicamos (cuidamos) más a un árbol que a otro. Qué bonito está el almendro esta mañana, pensaríamos, y a lo largo de la jornada lo contemplaríamos y nos regocijaríamos; o tal vez nos centraríamos en otro árbol más ajado, tranquilos por la buena salud del que primero ha llamado nuestra atención.
Pues bien, yo ayer me di cuenta de que uno de mis árboles ha empezado a marchitarse. Estoy convencida de que hace tiempo ya que necesitaba un poco más de atención por mi parte, pero no me había fijado hasta ahora. Quizás le dediqué mi tiempo a otros árboles, o quizás pensé que con una tanda de mimos esporádicos sería suficiente para que creciera fuerte y sano; no lo sé.
Me di cuenta por casualidad, mientras daba un pequeño paseo por mi bosque particular. Estaba bastante contenta: uno de mis árboles favoritos parecía estar reponiéndose de una serie de altibajos, cuando reparé en él. Tras un primer vistazo, me dio la sensación de que aún conservaba todas sus hojas, pero eso no me tranquilizó. Y mientras lo observaba, me sentí profundamente sola; aunque notara la presencia de los otros árboles que intentaban reconfortarme, y aunque viera que muchas de las hojas estaban aún sanas... Pero las más viejas, esas que protegían al árbol desde que apenas era un arbusto pequeño y frágil, empezaban a amarillear, y se veían secas y arrugadas. Y entonces comprendí el problema: tal vez sí había regado ese árbol de vez en cuando en los últimos meses, pero sólo unas pocas hojas se habían quedado con toda el agua.
Sé que ya no puedo hacer nada para arreglar el daño que he hecho. No pretendo chasquear los dedos y ver las hojas de nuevo verdes, pero sé que debo esforzarme por repartir de manera más equitativa el agua que dispongo; quizás utilizar alguna de otros árboles en los que puesto más empeño y ahora están anegados...
Pero entonces: ¿no se marchitarán también éstos?
Pues bien, yo ayer me di cuenta de que uno de mis árboles ha empezado a marchitarse. Estoy convencida de que hace tiempo ya que necesitaba un poco más de atención por mi parte, pero no me había fijado hasta ahora. Quizás le dediqué mi tiempo a otros árboles, o quizás pensé que con una tanda de mimos esporádicos sería suficiente para que creciera fuerte y sano; no lo sé.
Me di cuenta por casualidad, mientras daba un pequeño paseo por mi bosque particular. Estaba bastante contenta: uno de mis árboles favoritos parecía estar reponiéndose de una serie de altibajos, cuando reparé en él. Tras un primer vistazo, me dio la sensación de que aún conservaba todas sus hojas, pero eso no me tranquilizó. Y mientras lo observaba, me sentí profundamente sola; aunque notara la presencia de los otros árboles que intentaban reconfortarme, y aunque viera que muchas de las hojas estaban aún sanas... Pero las más viejas, esas que protegían al árbol desde que apenas era un arbusto pequeño y frágil, empezaban a amarillear, y se veían secas y arrugadas. Y entonces comprendí el problema: tal vez sí había regado ese árbol de vez en cuando en los últimos meses, pero sólo unas pocas hojas se habían quedado con toda el agua.
Sé que ya no puedo hacer nada para arreglar el daño que he hecho. No pretendo chasquear los dedos y ver las hojas de nuevo verdes, pero sé que debo esforzarme por repartir de manera más equitativa el agua que dispongo; quizás utilizar alguna de otros árboles en los que puesto más empeño y ahora están anegados...
Pero entonces: ¿no se marchitarán también éstos?