Estimado señor director,
Sé que está profundamente arrepentido por su temperamental reacción del otro día, y agradezco sinceramente su amabilísima disculpa. Todavía no es tarde para que podamos arreglar de la forma más cordial posible lo sucedido.
Entiendo que prefiera no ofrecerme ese ascenso que tanto me merezco y estime oportuno que permanezca en mi anterior puesto de trabajo. Le adelanto que no habrá ninguna objeción por mi parte. No obstante, usted conoce tan bien como yo la importante labor que realizo para la empresa, y le rogaría encarecidamente que no descartara dicho ascenso para más adelante en mi carrera profesional; de aquí a uno o dos meses sería perfecto.
Aprovecho esta misiva para pedirle también una disculpa, puesto que debo admitir que mi comportamiento no fue del todo intachable.
Muchas gracias por su atención y un saludo cordial.
Atentamente,
La señorita que salió corriendo despavorida cuando usted la pilló pinchando las ruedas de su coche.
Sé que está profundamente arrepentido por su temperamental reacción del otro día, y agradezco sinceramente su amabilísima disculpa. Todavía no es tarde para que podamos arreglar de la forma más cordial posible lo sucedido.
Entiendo que prefiera no ofrecerme ese ascenso que tanto me merezco y estime oportuno que permanezca en mi anterior puesto de trabajo. Le adelanto que no habrá ninguna objeción por mi parte. No obstante, usted conoce tan bien como yo la importante labor que realizo para la empresa, y le rogaría encarecidamente que no descartara dicho ascenso para más adelante en mi carrera profesional; de aquí a uno o dos meses sería perfecto.
Aprovecho esta misiva para pedirle también una disculpa, puesto que debo admitir que mi comportamiento no fue del todo intachable.
Muchas gracias por su atención y un saludo cordial.
Atentamente,
La señorita que salió corriendo despavorida cuando usted la pilló pinchando las ruedas de su coche.
No, ésta tampoco serviría y, en vista de que la papelera estaba a rebosar por los esbozos de cartas inservibles, decidí dejarlo para más tarde. Así tendría tiempo para pensar seriamente en algo adecuado para poner. Pero, ¿qué le puedes poner a un jefe que te ha echado por pervertir a su hija de 16 años?
Vale, con 16 años cualquier adolescente de hoy en día ya está más que pervertido; pero, ¿acaso no tiene el padre que tiene? ¿Cómo no iba a ser un pequeño angelito, ahora demonio por mi mala influencia?
Trataré de explicarme:
Trabajo desde hace años en una empresa de importación bastante importante. He de admitir que no entré aquí por méritos propios, sino que mi madre era muy amiga de una hermana de mi jefe y, bueno, ya te podrás imaginar el resto. El caso es que aquel día, viernes, se me acercó mi jefe y me pidió si podía ocuparme de su princesita aquella noche. Dijo que la abuelita estaba muy grave, y que prefería evitar el sufrimiento que aquello podía causarle a su tierno corazoncito. Bueno, no lo dijo así, pero más o menos. Comentó que me lo había pedido a mí por la gran amistad de nuestras familias (un poco exagerado por su parte), y que prefería que la niña se alejara del deprimente ambiente familiar, y que yo era una mujer madura y responsable. Menos mal que no frecuenta los mismos locales que yo, pensé en aquel momento. En fin, que no me quedó otro remedio que aceptar.
Lo sé, parece una situación un poco surrealista el que el jefe de una gran empresa pida a una de sus empleadas que cuide de su única hija por una noche, pero juro que es verdad.
Lo peor de todo (sí, hay algo peor), es que yo aquella noche tenía una fiesta. No es que hubiera quedado para salir como cualquier otra noche de viernes, sino que unos amigos habían montado una fiesta por todo lo alto en el apartamento de la playa de sus padres o algo así. Sí, un poco patético pedirle el apartamento a tus papis para hacer una fiesta cuando rondas la treintena, pero cuando me lo dijeron me dio igual: una fiesta implicaba muchas cosas que no se daban en las salidas nocturnas habituales, la más importante de las cuales es, lo habrás adivinado, alcohol gratis. Así que lo primero que pensé es que tendría que anular la salida y quedarme en casa cuidando de una mocosa repipi. Pero entonces se me ocurrió preguntarle a su padre la edad del angelito, y cuando me contestó que 16 recién cumplidos con una sonrisa bobalicona en la cara, decidí que la llevaría conmigo. De todas formas, ¿qué padre necesita que cuiden a su hija de 16 años?
Le di la dirección de mi piso y me la llevó por la tarde. Ciertamente, sólo aparentaba los 16 por el cuerpo, pues su actitud se asemejaba más al de una niña de 12. Y si me apuras, de 10, que ahora van muy adelantadas. Era tímida y educada y de no ir al instituto habría jurado que aún jugaba con muñecas. ¡Pero qué digo, seguro que lo hacía! Le expliqué los planes para la noche y me contestó que estaría encantada de acompañarme y que nunca había ido a ninguna fiesta. Unos tanto y unos tan poco…
Llamé a la amiga que pasaría a buscarme, que era menudita como ella, para que se trajera algo de ropa para vestirla. No podía llevarla con la falda a cuadros y los calcetines por las rodillas del colegio de monjas. Entre las dos la vestimos y la maquillamos, y hay que reconocer que estaba fabulosa. No aparentaba menos de 20, y mi amiga y yo pensamos al salir que la mosquita muerta podría quitarnos los ligues de la noche. ¡Y vaya si lo hizo!
Resumiendo, por no alargar mucho la historia y por no tener que inventarme todo aquello que no recuerdo, mi jefe vino a buscarla al día siguiente y yo abrí la puerta con una de las mayores resacas que había tenido en meses. Viendo mi estado, se permitió el descaro de entrar a mi casa y revisar todas las habitaciones hasta que dio con la que le separaba de su princesa. Ésta, con la pintura corrida y con todas las vergüenzas al aire, dormía acurrucada a un guapo mocetón que yo no recordaba cómo había llegado a mi casa. No hace falta decir que fui despedida en el acto.
Cuando se me pasó la resaca y comprendí la gravedad de la situación, lloré hasta que se me hincharon los dos ojos mientras mi amiga, a la que le duran las resacas bastante más que a mí, me consolaba entre vómito y vómito desde el baño. Después, pasé varios días también despotricando contra todo ser viviente; ¿quién les daba derecho a seguir con sus vidas mientras la mía se hacía añicos? Y ya sé que es sólo un trabajo, pero lo adoro, y cobraba bien, y era fija, ¡y me iban a ascender! Bueno, eso pensaba yo. ¡Y todo por la borda por una mocosa que no sabía controlarse! ¡Y qué sabía yo si no se había tomado un cubata en su vida! ¿Cómo iba a saber que nunca había probado la marihuana? Nadie me había advertido que nunca había cruzado más de cuatro frases con un chico, y qué decir ya de fluidos corporales. ¡Esas cosas se advierten!
Así que ésta es mi situación, en la que paso las horas muertas escribiendo la carta que le voy a enviar a mi jefe para que me readmita. ¿Tendré que bajarme un poco el sueldo? ¿O renunciar a mis vacaciones?
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