Me rasco el brazo pero todavía me pica, así que rasco más y más hasta que la piel se enrojece y se descama, pero en lugar de salir pequeños pellejos salen hojas de árbol verdes y amarillas y marrones que crecen y crecen y forman una montaña bajo mis pies que me permite ver el horizonte hasta el mar aunque yo esté a quilómetros de la costa.
Desde las alturas veo un bosque y en el bosque estás tú, subido en la copa de los árboles tal como te sentías la última vez que hablamos y comiendo fruta de todas clases, y también tienes la vista clavada en el horizonte pero no me ves; no ves nada pues miras sin ver, ensimismado en tu universo infinito en el que yo quiero estar también.
Así que salto encima de mi montículo de hojas y allí aparezco, aunque no logro ver nada más que estrellas que me rodean por todas partes y no estas tú, sino El Principito que me dice que no te puedo ver porque lo esencial es invisible a los ojos y sólo se ve con el corazón, por lo que me concentro con fuerza para abrir mi corazón y poder estar a tu lado.
Mi corazón se abre a presión como si de una botella de cava se tratase pero sigo sin verte entre todas las cosas que salen de dentro, como purpurina y notas musicales y papeles con la tinta corrida y gotas de lluvia (¿o son lágrimas?) y serpentinas que dibujan hélices y espirales bajo el cielo estrellado, dejando una estela como lo hacían las bengalas que me encendía mi padre de pequeña.
La luz de las serpentinas-bengala pronto es tan intensa que tengo que cerrar los ojos y cuando los abro todo ha desaparecido: las serpentinas, las gotas de lluvia (o lágrimas), los papeles con la tinta corrida, las notas musicales y la purpurina, las estrellas y hasta mi corazón.
De repente noto que me pica el brazo y empiezo a rascarme pero no tardo en parar: tengo miedo de que salgan hojas de árbol verdes y amarillas y marrones que crezcan y crezcan y formen una montaña bajo mis pies que me permita ver el horizonte hasta el mar aunque yo esté a quilómetros de la costa, y entonces vea un bosque y en el bosque no estés tú.
“… que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
Desde las alturas veo un bosque y en el bosque estás tú, subido en la copa de los árboles tal como te sentías la última vez que hablamos y comiendo fruta de todas clases, y también tienes la vista clavada en el horizonte pero no me ves; no ves nada pues miras sin ver, ensimismado en tu universo infinito en el que yo quiero estar también.
Así que salto encima de mi montículo de hojas y allí aparezco, aunque no logro ver nada más que estrellas que me rodean por todas partes y no estas tú, sino El Principito que me dice que no te puedo ver porque lo esencial es invisible a los ojos y sólo se ve con el corazón, por lo que me concentro con fuerza para abrir mi corazón y poder estar a tu lado.
Mi corazón se abre a presión como si de una botella de cava se tratase pero sigo sin verte entre todas las cosas que salen de dentro, como purpurina y notas musicales y papeles con la tinta corrida y gotas de lluvia (¿o son lágrimas?) y serpentinas que dibujan hélices y espirales bajo el cielo estrellado, dejando una estela como lo hacían las bengalas que me encendía mi padre de pequeña.
La luz de las serpentinas-bengala pronto es tan intensa que tengo que cerrar los ojos y cuando los abro todo ha desaparecido: las serpentinas, las gotas de lluvia (o lágrimas), los papeles con la tinta corrida, las notas musicales y la purpurina, las estrellas y hasta mi corazón.
De repente noto que me pica el brazo y empiezo a rascarme pero no tardo en parar: tengo miedo de que salgan hojas de árbol verdes y amarillas y marrones que crezcan y crezcan y formen una montaña bajo mis pies que me permita ver el horizonte hasta el mar aunque yo esté a quilómetros de la costa, y entonces vea un bosque y en el bosque no estés tú.
“… que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.