martes, 4 de noviembre de 2008

Sustituto


Pensé en llamarte y decirte todo lo que nunca te había dicho pero que siempre había querido decirte: que los últimos meses habían sido maravillosos, que no quería que aquello acabara y menos de aquella manera, que te quería más de lo que había querido a nadie en toda mi vida. Levanté el auricular del teléfono, pero en lugar de marcar tu número marqué otro, y media hora más tarde él ya había llegado y follábamos apasionadamente en la misma cama en la que tú y yo lo habíamos hecho tantas otras veces.

La mayoría de las ocasiones, las cosas no son tan fáciles como en un principio parecen. Las relaciones interpersonales son complicadas, pero no porque el ser humano lo sea, sino porque todos y cada uno de nosotros nos empeñamos en enredar las cosas mucho más de lo que pueden llegar a enredarse por sí solas. Ése era un tema que tú y yo habíamos hablado mil y una veces pero del que jamás habíamos podido encontrar una solución. Tú no estabas dispuesto a renunciar a tu trabajo por mí, y yo no estaba dispuesta a renunciar, ¿a qué? ¿a mi independencia? No lo sé, aunque lo más probable fuera que mi comportamiento pudiera resumirse única y exclusivamente con la palabra miedo.

El caso es que te dejé marchar y decidí olvidarte no embriagándome con alcohol, pues sé a ciencia cierta que muchas veces el alcohol lo que hace es enterrarte aún más en tu miseria, sino con sexo… Aunque en los segundos previos al orgasmo cerrara los ojos e imaginara que eras tú el que me embestía; aunque al acabar deseaba fervientemente que fueras tú quien me abrazara.

Quizás fuera mejor eso, pensaba para mis adentros. Tal vez no estábamos hechos el uno para el otro: nuestras vidas eran demasiado diferentes como para acoplarlas la una a la otra y, tarde o temprano, esas diferencias acabarían por romper lo que con sudor y sangre nos habíamos esforzado por construir. Pero entonces, ¿por qué sentía aquella angustia dentro de mí que no me dejaba dormir? ¿Por qué el corazón me dolía tanto que habría deseado arrancármelo del pecho para dejar de sentirlo?

Pero en vez de ir a la cocina a afilar el cuchillo, opté por zarandear a mi compañero de cama adormilado y usarlo para aplacar la ansiedad que me carcomía por dentro. A sabiendas de que no le quería para nada más que para aquello, y a sabiendas de que él lo sabía. Usándolo suciamente, tal vez de la misma manera que él también me usaba a mí.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hace mucho tiempo que no pasaba por aqui...
pero,sigo sorprendiendome con lo extaordinario de tus relatos...y esta vez me hiciste llorar...
me vi a mi en esa historia...a mi y mis sntimientos que me estan matando por dentro...

gracias por ecribir como escribes...

saludos...