Llegué al lugar donde nos habíamos visto por última vez y eché un vistazo para ver si ya había venido. Cuando me aseguré de que no estaba por allí todavía, me senté en un banco y me dispuse a esperar.
Alguien había dejado un periódico abandonado, que hojeé sin prestarle demasiada atención. Hablaba de Obama, de remedios para intentar paliar la crisis, de los concursantes de Gran Hermano. Miré algunas fotos durante un rato, y luego busqué un boli e hice el sudoku. Pronto descubrí que me había equivocado y, sin ganas de buscar cual había sido mi error, cerré el periódico y lo dejé donde lo había encontrado. Poco después fue arrastrado por el viento.
Observé el viento. Me fijé en como hacía oscilar las ramas de los árboles, a veces con suavidad y momentos después con excesiva violencia. Vi como ayudaba a arrancar algunas hojas y como se las llevaba, entremezcladas con polvo y bolsas de plástico. Una de ellas fue a parar a mis pies, y la cogí con parsimonia. Aunque no muy aficionada a la botánica, la identifiqué como la hoja de un castaño, y jugué un rato con ella hasta que mis dedos nerviosos la hicieron añicos.
De pronto recordé que llevaba un libro en el bolso. Lo saqué y lo abrí, súbitamente impaciente por continuar con la historia. Leí durante un rato, no sabría precisar cuanto, pero cuando levanté la vista para observar a una pareja que se alejaba y la volví a bajar, me di cuenta de que no recordaba nada de lo que había leído. Resignada, coloqué el punto de libro donde momentos antes había estado y volví a guardar la novela en mi bolso.
Esperé y esperé, pensando en mil cosas distintas, intentando no pensar en nada, imaginando historias en mi cabeza, tranquila, aburrida, impaciente, cansada. Esperé hasta que las farolas de mi alrededor se encendieron y el frío se entremetió con especial intensidad bajo los dobladillos de mi abrigo. Decidí, entonces, volver a casa.
Una vez más, la Felicidad había decidido no presentarse a nuestra cita.
Alguien había dejado un periódico abandonado, que hojeé sin prestarle demasiada atención. Hablaba de Obama, de remedios para intentar paliar la crisis, de los concursantes de Gran Hermano. Miré algunas fotos durante un rato, y luego busqué un boli e hice el sudoku. Pronto descubrí que me había equivocado y, sin ganas de buscar cual había sido mi error, cerré el periódico y lo dejé donde lo había encontrado. Poco después fue arrastrado por el viento.
Observé el viento. Me fijé en como hacía oscilar las ramas de los árboles, a veces con suavidad y momentos después con excesiva violencia. Vi como ayudaba a arrancar algunas hojas y como se las llevaba, entremezcladas con polvo y bolsas de plástico. Una de ellas fue a parar a mis pies, y la cogí con parsimonia. Aunque no muy aficionada a la botánica, la identifiqué como la hoja de un castaño, y jugué un rato con ella hasta que mis dedos nerviosos la hicieron añicos.
De pronto recordé que llevaba un libro en el bolso. Lo saqué y lo abrí, súbitamente impaciente por continuar con la historia. Leí durante un rato, no sabría precisar cuanto, pero cuando levanté la vista para observar a una pareja que se alejaba y la volví a bajar, me di cuenta de que no recordaba nada de lo que había leído. Resignada, coloqué el punto de libro donde momentos antes había estado y volví a guardar la novela en mi bolso.
Esperé y esperé, pensando en mil cosas distintas, intentando no pensar en nada, imaginando historias en mi cabeza, tranquila, aburrida, impaciente, cansada. Esperé hasta que las farolas de mi alrededor se encendieron y el frío se entremetió con especial intensidad bajo los dobladillos de mi abrigo. Decidí, entonces, volver a casa.
Una vez más, la Felicidad había decidido no presentarse a nuestra cita.
1 comentario:
sencillamente muy conmovedor...
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