La vida allí no estaba siendo tan idílica como María había imaginado. A parte de las tareas que le eran asignadas, tenía que estudiar y asistir a todos los servicios, y eso le dejaba poco tiempo libre para descansar. Además, en las raras ocasiones en las que se cruzaba con su enamorado éste parecía no darse cuenta de su existencia. Y pronto, el limitarse solamente a observarlo dejó de ser suficiente y María se sintió decepcionada por los pocos resultados que estaba dando su plan.
Una noche, mientras intentaba conciliar el sueño en vano, se le ocurrió que podía dar una vuelta por el convento para calmar sus nervios. Y es que cada vez que intentaba relajarse, en su cabeza aparecía la imagen de su rostro y sentía que la angustia de no poder tenerlo iba a estallar en su interior. Pero mientras caminaba por los pasillos desiertos sumida en su pesadumbre, recordó que las novicias tenían prohibido abandonar su habitación durante la noche. Y, como si aquel pensamiento hubiera sido una especie de alerta, de repente escuchó un ruido como de pasos que se acercaban y, asustada, abrió la primera puerta que encontró y entró en la sala en penumbra.
Cuando su corazón dejó de dar saltos en su pecho y sus ojos se acostumbraron a la luz, María descubrió con terror que había entrado en una habitación y que alguien dormía en una cama a su izquierda. Y, por si fuera poco, ¡parecía la habitación de uno de los curas! ¿Qué podría pasarle si alguien la descubría allí? María buscó a tientas el tirador de la puerta, sin apartar la vista de la figura dormida por miedo a que ésta despertara si ella hacía el más pequeño movimiento. Encontró el tirador, abrió la puerta unos milímetros… y la puerta chirrió. María sintió como el estómago se le salía por la boca mientras el hombre se incorporaba y su cara quedaba tenuemente iluminada por la poca luz que entraba por la ventana: ¡era él!
María agachó la cabeza y aguardó, temblando por el miedo y por la emoción a la vez – ¡estaba en su habitación! –, la reprimenda que bien se merecía. Pero pasaron unos segundos y él no decía nada, así que María levantó la vista y no pudo evitar llevarse una sorpresa al descubrir que él la miraba como si fuera un fantasma. Unos segundos más hicieron falta para que María viera la situación desde los ojos del devoto cura que se encontraba delante de ella: una muchacha joven y hermosa, vestida con un largo camisón e iluminada por la luz de la luna y que aparecía en mitad de la noche… ¡él debía estar pensando que era una Virgen!
Todavía confusa por la sucesión de acontecimientos que habían tenido lugar en tan poco tiempo, María supo que aquella era su única oportunidad y, guiada por un impulso repentino, decidió interpretar su papel. Con los dedos temblorosos, se despojó de su camisón y habló con toda la autoridad que fue capaz de acumular: ¿te parece hermoso el cuerpo que dio a luz al hijo de Dios? El cura la miró, asombrado de oír palabras saliendo de su boca, y ella habló de nuevo: ¡bésalo! Más tembloroso aún que ella, el joven cura se acercó lentamente y se arrodilló a sus pies, los cuales besó uno por uno. María sintió como un hormigueo recorría su cuerpo mientras se agachaba y apoyaba la cabeza de él sobre su pecho. Después, despojó al cura de su camisón y se fijó en la pronunciada erección de su pene. Él bajó la vista horrorizado por la reacción de su cuerpo, pero ella encontró en ello las fuerzas necesarias para continuar. A pesar de no haber estado nunca con ningún hombre, sabía lo que debía hacer. Suavemente, empujó a su enamorado para que quedara tumbado en el suelo y subió a horcajadas sobre él, mientras con su mano derecha guiaba su miembro erecto hacia el interior de su sexo.
Aunque entró con relativa facilidad, a María le resultó algo incómodo pero, al mirar a su amante, comprobó por la expresión de su rostro que él experimentaba justo la sensación opuesta. Guiada por la intuición, comenzó a moverse rítmicamente y notó como su pene se endurecía todavía más mientras se deslizaba dentro de ella. María no sentía placer, pero su placer se hallaba en el rostro de aquel hombre que lo estaba experimentando por primera vez en su vida. Pronto se sintió como si estuviera montando a caballo y su respiración se hizo más forzada debido al movimiento que cada vez incrementaba más y más, subiendo y bajando, mientras empezaba a notar un cosquilleo en la zona donde se unía a él, sintiendo que de repente le era imposible parar… hasta que él emitió un suave jadeo y ella notó como algo se liberaba en su interior.
María abandonó el convento aquella misma noche. Una de las novicias encontró una nota en su cama, en la que explicaba que había decidido emprender un nuevo camino. Al otro lado del convento, uno de los curas más viejos encontraba otra nota, en la que, con unas pocas frases incoherentes, el arrepentido cura se disculpaba por su suicidio.
Una noche, mientras intentaba conciliar el sueño en vano, se le ocurrió que podía dar una vuelta por el convento para calmar sus nervios. Y es que cada vez que intentaba relajarse, en su cabeza aparecía la imagen de su rostro y sentía que la angustia de no poder tenerlo iba a estallar en su interior. Pero mientras caminaba por los pasillos desiertos sumida en su pesadumbre, recordó que las novicias tenían prohibido abandonar su habitación durante la noche. Y, como si aquel pensamiento hubiera sido una especie de alerta, de repente escuchó un ruido como de pasos que se acercaban y, asustada, abrió la primera puerta que encontró y entró en la sala en penumbra.
Cuando su corazón dejó de dar saltos en su pecho y sus ojos se acostumbraron a la luz, María descubrió con terror que había entrado en una habitación y que alguien dormía en una cama a su izquierda. Y, por si fuera poco, ¡parecía la habitación de uno de los curas! ¿Qué podría pasarle si alguien la descubría allí? María buscó a tientas el tirador de la puerta, sin apartar la vista de la figura dormida por miedo a que ésta despertara si ella hacía el más pequeño movimiento. Encontró el tirador, abrió la puerta unos milímetros… y la puerta chirrió. María sintió como el estómago se le salía por la boca mientras el hombre se incorporaba y su cara quedaba tenuemente iluminada por la poca luz que entraba por la ventana: ¡era él!
María agachó la cabeza y aguardó, temblando por el miedo y por la emoción a la vez – ¡estaba en su habitación! –, la reprimenda que bien se merecía. Pero pasaron unos segundos y él no decía nada, así que María levantó la vista y no pudo evitar llevarse una sorpresa al descubrir que él la miraba como si fuera un fantasma. Unos segundos más hicieron falta para que María viera la situación desde los ojos del devoto cura que se encontraba delante de ella: una muchacha joven y hermosa, vestida con un largo camisón e iluminada por la luz de la luna y que aparecía en mitad de la noche… ¡él debía estar pensando que era una Virgen!
Todavía confusa por la sucesión de acontecimientos que habían tenido lugar en tan poco tiempo, María supo que aquella era su única oportunidad y, guiada por un impulso repentino, decidió interpretar su papel. Con los dedos temblorosos, se despojó de su camisón y habló con toda la autoridad que fue capaz de acumular: ¿te parece hermoso el cuerpo que dio a luz al hijo de Dios? El cura la miró, asombrado de oír palabras saliendo de su boca, y ella habló de nuevo: ¡bésalo! Más tembloroso aún que ella, el joven cura se acercó lentamente y se arrodilló a sus pies, los cuales besó uno por uno. María sintió como un hormigueo recorría su cuerpo mientras se agachaba y apoyaba la cabeza de él sobre su pecho. Después, despojó al cura de su camisón y se fijó en la pronunciada erección de su pene. Él bajó la vista horrorizado por la reacción de su cuerpo, pero ella encontró en ello las fuerzas necesarias para continuar. A pesar de no haber estado nunca con ningún hombre, sabía lo que debía hacer. Suavemente, empujó a su enamorado para que quedara tumbado en el suelo y subió a horcajadas sobre él, mientras con su mano derecha guiaba su miembro erecto hacia el interior de su sexo.
Aunque entró con relativa facilidad, a María le resultó algo incómodo pero, al mirar a su amante, comprobó por la expresión de su rostro que él experimentaba justo la sensación opuesta. Guiada por la intuición, comenzó a moverse rítmicamente y notó como su pene se endurecía todavía más mientras se deslizaba dentro de ella. María no sentía placer, pero su placer se hallaba en el rostro de aquel hombre que lo estaba experimentando por primera vez en su vida. Pronto se sintió como si estuviera montando a caballo y su respiración se hizo más forzada debido al movimiento que cada vez incrementaba más y más, subiendo y bajando, mientras empezaba a notar un cosquilleo en la zona donde se unía a él, sintiendo que de repente le era imposible parar… hasta que él emitió un suave jadeo y ella notó como algo se liberaba en su interior.
María abandonó el convento aquella misma noche. Una de las novicias encontró una nota en su cama, en la que explicaba que había decidido emprender un nuevo camino. Al otro lado del convento, uno de los curas más viejos encontraba otra nota, en la que, con unas pocas frases incoherentes, el arrepentido cura se disculpaba por su suicidio.
3 comentarios:
Joder, pues si que la lio parda...
Me has puesto....horny horny con el texto! enhorabuena...eres una jodida crack!
Jajajaja Es que estas niñas de hoy en día están muy adelantadas! jajaja
Gracias por el comentario, un beso! ;)
Genial la historia, ya le vale a la María, bien sabía ella siendo virgen, jajaja.
Otro excelente texto con un argumento de los buenos.
¡Ah! Genial la descripción del texto, consigues erotizar y todo.
Besazos.
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